El atrabiliario capitán del pelotón de fusilamiento mediático
Era de esperar que La Nación me atacara durante la campaña presidencial con miras a las elecciones de febrero de 2018. Lo que estaba por determinarse era la ferocidad, falsedad y falta de principios que esgrimiría el periódico llorentino. La bajeza con que lo hizo solo confirmó el porqué se parece cada vez más a un camaleón que a un verdadero medio de comunicación al servicio de la sociedad y la democracia costarricenses.
La Nación nació en 1946 como un producto de la casta codiciosa que se había quedado sin diario oficial desde la quema de La Información en 1919 de Lico Jiménez I, el bisabuelo de Manuel Francisco Jiménez Echeverría y tatarabuelo de Pedro Manuel Abreu Jiménez. Largos 27 años. Tan solo dos años más tarde de su nefanda aparición, ya empezaría a atacar los resultados que surgieron de la revolución del 48 y, en adelante, todo lo que atentara contra sus intereses comerciales y políticos sería puesto en la mira para atacarle con el poder que significa atribuirse ser dueña de “la verdad”.
Por eso, en este libro, no podía faltar Armando Manuel González Rodicio, actual director de La Nación y quien propició y gozó la forma despiadada con que ese medio me atacó en la campaña que desarrollé como candidato presidencial.
Como candidato presidencial, nunca esperé equilibrio de La Nación hacia mi postulación y aspiración de dirigir los destinos del país, pero tampoco imaginé que Armando Manuel González Rodicio fuera a respaldar prácticas periodísticas alejadas por completo de la ética, la veracidad y el respeto, y tampoco intuí que propiciaría mi descalificación personal hasta alcanzar cuotas sorprendentes. Creí que no llegaría a los extremos de su paisano y mentor Eduardo René Ulibarri Bilbao, pero ¡qué va!, lo superó estruendosamente.
Pese a que su formación, primero como periodista y abogado -que nunca ejerció- en la Universidad de Costa Rica y después como máster en periodismo en la Universidad de Columbia, cualquiera podría creer ingenuamente que contaba con elementos suficientes para respetar a los lectores de La Nación sobre quién soy, por qué aspiraba a ese cargo, qué cualidades me asistían y cuál era mi programa de gobierno en pos de una Costa Rica diferente; Armando Manuel González Rodicio se plegó al periodismo sensacionalista, psicopático, fácil de hacer, poco riguroso y mostró así – una vez más – la verdadera cara de un medio que, a lo largo de 70 años, se ha especializado en manipular las informaciones para que respondan a los intereses de sus accionistas y a una ideología de derecha, la cual, a su vez, se ajusta a las visiones que en el momento resguarden sus intereses económicos.
Como director de La Nación, Armando Manuel pudo pedir a sus reporteros que estuvieran a la altura de una campaña electoral e informaran basados en el principio de equilibrio, veracidad y ética, necesarios para que los lectores recibieran un producto depurado y digno. Nada más lejos de la realidad. Cada información relacionada con mi hacer estuvo teñida de odio psiquiátrico, prejuicios, distorsiones y un afán supremo por destruir mi candidatura e, incluso, a mí como ciudadano y como abogado. En mi caso, las informaciones estuvieron totalmente sesgadas y sacadas por completo de contexto, con mala fe destilada.
Periodistas como Aarón Andrés Sequeira Chinchilla; María Sofía Chinchilla Cerdas; Esteban Enrique Oviedo Álvarez; Rebeca Madrigal Quirós; Natasha Cambronero Rodríguez; Mercedes Yolanda Agüero Rojas; Camila Salazar Mayorga y Hassel Fallas López se dieron gustos publicando informaciones que no cumplían ni siquiera con el principio básico de la veracidad, con el fin de afectar mi candidatura, la cual se perfilaba con grandes posibilidades de avanzar a la presidencia en una segunda ronda electoral.
El ejemplo más evidente de lo afirmado se produjo el 17 de enero de 2018, cuando La Nación – en un ataque rastrero, de rabia, odio y ensañamiento, profundamente psicopáticos – apareció con una portada dedicada a mi persona y, en sus páginas interiores, me dedicaba nada menos que nueve planas. Nueve páginas, sólo superadas por la publicación de la sentencia condenatoria de mi caso contra ellos, el 22 de octubre de 1999, cincuenta y tres años después de su fundación.
¿Tienen idea de cuánto cuesta en publicidad una cantidad de páginas como la descrita, si cada página a todo color en La Nación tiene un precio de – al menos – cinco millones de colones? ¿Por qué, entonces, ese despliegue absolutamente desbalanceado en relación conmigo? Solo hay una respuesta: despedazar por completo mis aspiraciones como candidato, dado que ya en el pasado había puesto a La Nación en su lugar, cuando la querella por injurias, y, finalmente, fue condenada mediante la sentencia 111-98, por el Tribunal de Juicio del Segundo Circuito Judicial de San José.
En esa oportunidad, su director Eduardo René Ulibarri Bilbao y los periodistas José David Guevara Muñoz y Ronald Moya Chacón, fueron condenados por quebrantar mi honor cuando yo era Ministro de Seguridad. La Nación, además, fue condenada a pagar una acción civil resarcitoria de diez millones de colones, dos millones de honorarios y a publicar, en las primeras diez páginas, el fallo completo; lo que fue y es un hito en la prensa costarricense y, probablemente, nunca más se vaya a repetir.
Por los motivos anteriores, yo, desde ningún punto de vista, iba a esperar un trato cuerdo y equilibrado por parte de La Nación; no obstante, el hecho de que el periódico haya caído tan bajo en cuanto al abordaje de mi candidatura tenía un nombre y un responsable: Armando Manuel González Rodicio, el capitán de las fusileras y fusileros llorentinos, como en otros capítulos veremos.
Ese aludido 17 de enero de 2018 aparecía una foto mía en portada, en la cual ya se enunciaban algunos titulares totalmente falsos y notas perversas repletas de tergiversaciones y mentiras. Mis palabras francas contra La Nación, situación a la que no estaban ni están acostumbrados en Llorente, fueron dimensionadas de forma hiperbólica y, así, se me presentó como si yo no tuviera derecho de expresarme y mucho menos de enfrentar y cuestionar a un periódico dado a mentir mediante la distorsión y la manipulación de los hechos.
Observemos, por un instante, el titular con que abría La Nación ese miércoles 17 de enero, a tan solo 15 días de los comicios del 4 de febrero: “Castro califica de psicópatas a periodistas de La Nación”. Como habrá advertido el lector, ya mediante este titular se ponía en marcha una operación en que, la parte que manipulaba la información, propiciaba el desequilibrio y ajustaba los hechos a sus intereses, al tiempo que se presentaba como “víctima de la situación”.
El principal argumento para atacarme, sin filtros y de forma despiadada, era mi supuesto “malestar” por la forma en que se cubría mi candidatura, basada en un absoluto desbalance; tratamiento que, ahora sí, me ponía en una condición de indefensión, porque ante la maquinaria La Nación, lista para destruirme moral y electoralmente, solo me quedaba el recurso de denunciar ese sucio proceder por redes y medios alternativos.
El lector debe saber que en un medio de comunicación nada se publica si no cuenta con la aprobación del director, quien, junto con su equipo, determina qué, cómo y cuándo se publica.
¿Por qué González Rodicio se negó a darme un trato equitativo?
¿Tenía ya instrucciones de favorecer la candidatura del corrupto Partido Acción Ciudadana (PAC) y de su candidato Carlos Alvarado, hasta entonces, con porcentajes bajísimos que no llegaban a los siete puntos porcentuales en la preferencia de los costarricenses?
¿O tenía que favorecer La Nación la candidatura de Antonio Álvarez Desanti (concuño de Manuel Francisco Jiménez Echeverría) y, por eso, se me atacaba sin misericordia?
¿Dónde quedaba la ética de un director obediente que se movía al son de las aguas electorales?
Valga decir, puntualmente, que muchos lectores inteligentes han optado por apartarse de La Nación, porque se han cansado de que, por encima de la información, siempre prevalezcan las manipulaciones y los intereses del clan dueño del medio.
Realizada dicha aclaración básica de cómo opera ese periódico por dentro, cabe indagar en cómo, ese 17 de enero, quedaba claro que La Nación estaba dispuesta a hacer lo necesario, incluso mentir, para agrietar mi candidatura y confundir a los costarricenses.
En la propia portada, La Nación lanzaba una mentira del tamaño del universo, al asegurar: “Candidato sí firmó Código Procesal penal que tilda de nefasto”. ¡Qué asquerosa manera de mentir! ¡Qué descaro! ¿Cómo puede un medio tener credibilidad con una mentira tan grande? Cuando se trata de La Nación, está claro, todo es posible, pero no tuvo el menor rubor para irrespetar a sus lectores de esa manera. Y el artífice tras bambalinas era Armando González.
Igualmente, en la citada portada, se cuestionaba la compra de bonos por parte del empresario Raymond Salim Simaan. ¿Acaso no podía un empresario, como muchos otros, apostar por una inversión de este tipo, avalada por el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) y el ordenamiento jurídico costarricense?
En páginas interiores, La Nación disparó de esta manera: “Castro califica de psicópatas a periodistas de La Nación”. El ejercicio de repetir el titular de la portada lo que buscaba era enfatizar y cuestionar mi derecho a referirme a quienes me persiguen y han tenido un afán de descalificación durante cuatro décadas consecutivas. Pero que son psicópatas, son psicópatas. Basta revisar el diccionario para no dudarlo.
“El candidato presidencial del Partido Integración Nacional (PIN), Juan Diego Castro, lanzó la noche del lunes un violento ataque contra el periódico La Nación”.
Esta cita, la forma en que entraba la mentada noticia, basta para darse cuenta de cómo La Nación y en este caso el periodista Esteban Enrique Oviedo Álvarez manipulaban a lector. En periodismo, se parte del hecho de que la información debe estar exenta de adjetivos, porque estos son – justamente – los que cumplen una función calificativa. Así, de forma subrepticia, se sugiere que lo expresado por mí, en la presentación de mi libro “Los embusteros de la mala fe”, obedecía a un “violento ataque contra el periódico La Nación”.
¿Dónde quedó, señor González Rodicio el equilibrio informativo? ¿Qué tipo de periodismo es ese? ¿Amarillismo, sensacionalismo, periodismo supositivo, periodismo opinativo, periodismo psicopático? ¿Dónde y qué pasó con la ética, don Armando Manuel? ¿Por qué se salta los más elementales principios del periodismo decente?
Solo he hecho el ejercicio de tomar una muestra mínima para desenmascarar todo el discurso falso e irreal de La Nación, de que es un periódico apegado a la ética y al buen hacer periodístico. Nótese que no resistió ni siquiera el primer análisis.
Acto seguido, en una muestra más de que no solo es un periódico manipulador, sino de que ha llegado al extremo de que muchos de sus periodistas ni siquiera tienen un buen manejo del idioma, ponen un titular sensacionalista para dar a entender que, en caso de que yo accediera a la presidencia, el periódico sería cerrado. Veamos cómo mienten de nuevo: “No pasará un año de mi gobierno de que ese periódico impreso deje de circular”.
Aquí hay una incongruencia gramatical escandalosa y La Nación ni se enteró o, con fines ideológicos, publicó un titular así, para crear la duda de quién fue el error. Hasta en este aspecto son diabólicos.
Lo vergonzoso de todo esto es que, quien se dio a la tarea de leer la información, se percatará de que yo dije que La Nación dejará de circular no porque yo la cierre, sino porque los lectores la abandonarán. Qué diferencia tan marcada entre una afirmación y la otra… La Nación, sin embargo, se presenta como víctima, mientras, por debajo del texto, manipula, teje y vuelve a manipular en una práctica extendida a lo largo de siete décadas.
¿Qué se hicieron los controles éticos y periodísticos que permitieron que una noticia fuera deformada de esa manera para que llegara sesgada a los lectores? No coman cuento, dicen en cañales llorentinos. Tienen razón, los costarricenses ya no comen cuento.
Para seguir esa retahíla de manipulaciones, La Nación se dispuso a ser adalid de la democracia y se arrogó el derecho de decidir qué es un valor democrático y quién lo puede detentar. En este caso, de nuevo, yo quedaba fuera de tal posibilidad, solo porque el diario así lo decidía: “Jefes de fracción dudan de valores democráticos de Juan Diego”.
En el tamal desinformativo de ese miércoles 17 de enero de 2018, los fusileros cuestionaban mis aseveraciones sobre la fiscal general Emilia María Navas y se volvía a aludir, de forma manipulada, a las declaraciones que hice respecto a la situación de una de mis excompañeras de universidad en la Corte Suprema de Justicia y el penoso hecho de tener que practicarle sexo oral a un presidente de esa institución. Los últimos años me dieron la razón: la fiscal Navas cayó estrepitosamente, dos magistrados han salido de la Corte Suprema de Justicia por escándalos sexuales y ni qué decir de las decenas de eventos de acoso sexual.
Me acusaban de plagio por una propuesta respecto al tren metropolitano y se me endilgaba el haber utilizado una premisa falsa en relación con la futura pensión de Juan Antonio Sobrado, presidente del TSE. Armando Manuel se ensañó rabiosamente en mi contra, como ningún aprendiz de mal periodista lo hubiera hecho mejor, como Joseph Goebbels enseñó: miente, miente, miente… Su odio psicopático lo llevó a tales niveles de éxtasis entintados que recurrió hasta alterar mi rostro, usando una foto donde desfiguraron vilmente mi cara. Perversidad y canallada de ruin fusilero.
Un despliegue inaudito contra un candidato en un solo día: La Nación hacía trizas el equilibrio informativo a que debe someterse, incluso, un pasquín, para atacar, manipular y confundir al electorado. ¿Merece una democracia como la costarricense un periódico que se mueve con tanta bajeza, Armando Manuel? Manuel Francisco Jiménez, ¿cuánto cobró su iracundo tocayo por tanta inquina?
Aunque el hoy director de La Nación nació en la tierra de ese gran poeta, escritor, abogado y periodista llamado José Martí, está muy distante de aquellas célebres palabras que pronunciara ese gran hombre de alma hispanoamericana: “Cuando hay muchos hombres sin decoro hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”.
Eliminación de noticia difamatoria en el sitio web de La Nación
Al iniciar mi precampaña electoral, Álvarez Desanti y Jotabeqú activaron la infamia de la falsa agresión y utilizaban como “prueba” la falsa noticia publicada por La Nación. El siguiente es el texto del escrito que le remití, el 26 de abril del 2017, al director de ese mentiroso y defraudador medio:
“El primero de junio de 2012, La Nación publicó una noticia con datos absolutamente falsos y declaraciones mendaces y difamatorias proferidas de boca del -una vez más- candidato Antonio Álvarez Desanti, bajo el infame título: “Mamá denuncia por agresión a Juan Diego Castro”.
Esa información, pese a que existe una sentencia absolutoria a mi favor, se mantiene desde hace casi 5 años y hasta ahora en el siguiente link del sitio web de La Nación: http://www.nacion.com/sucesos/Mama-agresion-Juan-Diego-Castro_0_1272073093.html
Basándose en un escrito presentado por familiares, el periodista Carlos Arguedas publicó información falsa que quedó desacreditada mediante la sentencia 1388-2012 del Juzgado de Violencia Doméstica de Cartago, dictada por la jueza Wendy Pamela García Acuña. El 20 de diciembre de 2012, la juzgadora García declaró SIN LUGAR aquella temeraria demanda, que fue parte de un plan de extorsión y para menoscabar el buen nombre del que gozo y la alta estima que me tienen una gran cantidad de compatriotas.
En esa noticia, el candidato Antonio Álvarez Desanti le mintió al periodista Arguedas al asegurar que: “Penosamente, me tocó ser testigo de primera línea. Estaba en un juicio que tengo en curso y los familiares de Juan Diego llegaron a saludar a mi abogado, luego, él se va fuera de sus casillas y lanza a su mamá en contra mía y le lanza un golpe a su hermano, luego interviene el guardaespaldas”.
Hice mi descargo ante semejantes falacias e inventos propios de la mente atormentada y personalidad intolerante a la frustración de Álvarez, en la siguiente noticia: http://www.nacion.com/sucesos/Juan-Diego-Castro-rechaza-agresion_0_1272272930.html; así como en un derecho de respuesta publicado en la sección de opinión: http://www.nacion.com/archivo/Octava-demanda-contrapunto_0_1273272704.html
Pese a que existe una sentencia judicial firme, que desacredita las mentiras del falso testigo y candidato Álvarez Desanti acerca de la inexistente agresión en contra de mi madre, el sitio web de este diario mantiene ilegalmente la publicación y, no solo eso, con el hastag #ArchivoLN, la volvieron a publicar, el día 23 de marzo anterior (2017).
No solo la sentencia judicial que me exime de agresión alguna es prueba de las mentiras del político Álvarez y lo publicado por este medio de comunicación. En el expediente que se tramitó por la falsa demanda, la misma denunciante, el 9 de noviembre de 2012, se apartó de los consejos de las personas que la utilizaban para dañarme, expresó lo siguiente:
Los hechos investigados en este expediente no coinciden con la realidad de lo acaecido. En ningún momento, Juan Diego Castro ha desplegado ninguna de las conductas investigadas, ni ha incumplido las órdenes de la autoridad judicial. Desiste de manera expresa y clara de este proceso, de conformidad con el artículo 5 de la Ley de Violencia Domestica. Archívese el expediente oportunamente”.
Sabe usted bien que derechos fundamentales a la imagen y la honra han sido reconocidos ampliamente por la jurisprudencia de nuestra Sala Constitucional y se encuentran garantizados por el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, ante la actuación de entes públicos y particulares.
Las siguientes disposiciones internacionales reconocen que toda persona tiene derecho a ser protegido en su honra e imagen contra injerencias ilegítimas en dichos ámbitos: artículo 17 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, artículo 11 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
De forma más específica, el artículo 47 del Código Civil establece que “La fotografía o la imagen de una persona no puede ser publicada, reproducida, expuesta ni vendida en forma alguna si no es con su consentimiento, a menos que la reproducción esté justificada por la notoriedad de aquella, la función pública que desempeñe, las necesidades de justicia o de policía, o cuando tal reproducción se relacione con hechos, acontecimientos o ceremonias de interés público o que tengan lugar en público. Las imágenes y fotografías con roles estereotipados que refuercen actitudes discriminantes hacia sectores sociales no pueden ser publicadas, reproducidas, expuestas ni vendidas en forma alguna.”
La Ley de Protección de la Persona frente al Tratamiento de sus Datos Personales, contempla expresamente, en su artículo 6, el principio de calidad de la información, según el cual solo podrán ser recolectados, almacenados o empleados datos de carácter personal para su tratamiento automatizado o manual, cuando tales datos sean actuales, veraces, exactos y adecuados al fin para el que fueron recolectados.
Según dicho numeral, en su inciso 1), los datos de carácter personal deberán ser actuales. El responsable de la base de datos eliminará los datos que hayan dejado de ser pertinentes o necesarios, en razón de la finalidad para la cual fueron recibidos y registrados (…).
Asimismo, establece en su inciso 2) que los datos de carácter personal deberán ser veraces. La persona responsable de la base de datos está obligada a modificar o suprimir los datos que falten a la verdad. De la misma manera, velará por que los datos sean tratados de manera leal y lícita.
Si bien es cierto la libertad de prensa y el derecho de información deben ser garantizados dentro de una sociedad democrática, eso no implica que se pueda violentar la imagen y la honra de las personas, tal como lo ha dispuesto claramente la Sala Constitucional. Los medios de comunicación solo están autorizados para divulgar información veraz, exacta y actualizada; de lo contrario, incurren en una lesión directa a esos derechos fundamentales.
Así las cosas y con el respeto de siempre, le agradeceré mucho se sirva eliminar esa información falsa que ha estado en vuestro sitio web, desde hace cincuenta y ocho meses, causando enormes daños a mi honor y afectándome moralmente.”
A pesar de la rabieta de Jiménez Echeverría, el Director de La Nación dispuso borrar de la web, cinco años después, esa falsa noticia y así evitarse otra demanda.
Derecho de respuesta del 2 de noviembre de 2017
Enviado a Armando González Rodicio
Juan Diego Castro Fernández, candidato a la Presidencia de la República por el Partido Integración Nacional, al tenor de las normas que protegen el derecho de respuesta, solicita la publicación del siguiente comentario en el diario La Teja, dentro del plazo de ley:
La nota publicada en la página web de ese medio, titulada “Juan Diego Castro y Álvarez Desanti quedaron taco a taco en la papeleta” contiene hechos falsos y ofensivos, que afectan mi reputación.
Es rotundamente falso que entre Antonio y yo haya un “pique” desde hace 22 años, tal y como lo acredita tendenciosamente la noticia. Yo no tengo ningún revanchismo y ni siquiera el más leve interés en conversar o discutir con el candidato liberacionista. Lo que sí puedo asegurar es que el Antonio se ha dedicado a mentir en temas que involucran mi vida personal.
Yo desistí de la querella contra Antonio, relacionada con las mentiras que profesó al decir que yo había empujado a mi difunta madre, cuando eso nunca ocurrió. Desistí esa querella por la intermediación de Ignacio Santos, director de Telenoticias de canal 7, como consta en un correo electrónico en mi poder.
Es totalmente falso, como reza la nota, que un camión atropellara a Antonio, cuando lo correcto es que perdió el equilibrio sobre la autopista Florencio del Castillo (San José – Cartago) justo en el momento en que le pasó a un lado un tráiler y, por eso, se cayó a un lado de la carretera. Ni siquiera apareció la bicicleta. Esa sentencia es una monstruosidad de la jurisprudencia criolla.
El desfile de cierre de la semana de la Fuerza Pública del 7 de diciembre de 1995, irritó al entonces presidente parlamentario, porque interrumpí la celebración del octavo año de su triunfo en el concurso de belleza de la Revista Perfil. La patraña que culminó con esa absurda censura no tuvo efecto alguno, yo salí del gobierno año y medio después cuando decidí volver a mi cátedra y mi bufete. En mis libros “Los embusteros de la mala fe” y “Coquetería o politiquería” queda clarísima la verdad histórica.
Derecho de respuesta
La operación del silencio con que La Nación vuelve a mentir
Enviado a Armando González, Editor General Grupo Nación y Director de La Nación, el 31 de julio de 2019.
Una vez más, como desde hace 25 años, he sido afectado por informaciones inexactas y agraviantes emitidas en mi perjuicio, por ese medio que usted dirige y que tanto daño me ha causado.
Al tenor de lo dispuesto por los artículos: 29 de la Constitución Política, 14 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, 66 de la Ley de la Jurisdicción Constitucional y 7.2 de la Ley de Protección de la Persona frente al tratamiento de sus datos personales, independientemente de las acciones legales atinentes, ejerzo mi derecho de rectificación y respuesta frente a las antiperiodísticas publicaciones que usted autorizó para afectar mi reputación y continuar con la destrucción de mi honor, y que hoy día aparecen en:
Las páginas 6 (dos notas) y 20 (editorial) de la edición impresa de La Nación y en el sitio web www.nacion.com, en los siguientes enlaces:
En el perfil de la red social Facebook de ese medio, en todos los post que se refieran a las tres publicaciones citadas y en el siguiente enlace:
https://www.facebook.com/115872105050/posts/10162253294385051?s=100000669429590&sfns=xmwa
En la red social Twitter, @nacion, en todos los posts que atañen a las tres publicaciones dichas y en el siguiente enlace:
dlvr.it/R9NF65 pic.twitter.com/8Q76iX9n2D
Señor director, lo conmino para que cumpla con el mandato legal y dentro de los próximos tres días, con el mismo destaque, en las mismas páginas de la edición impresa y en el sitio web www.nacion.com, en los tres enlaces anteriores, así como los perfiles de Facebook y Twitter señalados, con la misma tipografía, sin eliminar ninguna palabra, sin modificar el título, ni cercenar ningún párrafo, publique sin costo alguno el siguiente texto:
Derecho de respuesta. La operación del silencio con que La Nación vuelve a mentir.
El arte de mentir pareciera que es una potestad del periódico La Nación, algunos de cuyos periodistas se especializan en descontextualizar los hechos, para luego, mediante pobres ejercicios retóricos, hacer generalizaciones y asociaciones que no tienen ningún asidero con la realidad de la que provienen.
Desde 1998, año en que logré que los condenaran por injurias y difamación, La Nación no pierde oportunidad en atacarme y, para ello, recurre a tramas gobbelianas; porque esa vieja máxima de miente, miente, miente que algo queda, es una de las acciones preferidas de los llorentinos, por medio de la cual comenten atrocidades periodísticas en nombre de la libertad de expresión y de la manipulada libertad de prensa.
Con el titular sensacionalista de su editorial “Denuncia del antisemitismo” y apoyados en una nota intitulada: “Comunidad judía: nos ofende la odiosa comparación realizada por Juan Diego Castro”, ambas del 30 de julio, este medio, que es más partido político que periódico, saca de contexto un comentario en el que me refiero al periodismo antiético y denigrante que hace la tropa de Leonel Baruch en CRHoy y en el que, además, hago serias denuncias relacionadas con la corrupción en el país.
Aprovecha La Nación, como es su característico estilo, un comunicado de prensa de la comunidad judía para acusarme de “odio, discriminación y judeofobia”, cuando quien tenga la más mínima capacidad de comprensión lectora sabe que el mensaje emitido en mi cuenta de Facebook nunca es irrespetuoso con la comunidad judía y, solo si se hacen extrapolaciones sacadas de contexto, mediante el silencio de términos, se puede llegar a semejantes conclusiones; pero, precisamente, esa es la especialidad de ese medio: la manipulación.
El arte de manipular es el más grande patrimonio que tiene La Nación y por eso, incluso de forma absolutamente irresponsable, busca vincularme con actos vandálicos que se han presentado en los últimos días, con los cuales, desde luego, no tengo ninguna relación, pero mediante esta operación semántica de mentiras baratas, se busca manchar mi buen nombre y mi honorabilidad, la cual he mantenido intacta a lo largo de una carrera de 40 años.
Quien quiera sacar de su verdadero contexto mis palabras sobre ese periodismo antiético que hace CRHoy, medio que es capaz de mentir y de esparcir difamaciones solo para beneficiar a los clientes y amigos y socios de Leonel Baruch, se presta al perverso juego de intentar destruir mi buen nombre y de encender fuegos, ahora sí, mediante una retórica estridente e incendiaria, operación en la que los llorentinos son especialistas, aunque las más de las veces el lector inteligente desmonta sus retorcidos vericuetos.
Quieren acallarme, una vez más, porque soy una voz que me atrevo a decir las verdades de lo que pasa en nuestra sociedad, tan golpeada, tan maltratada, tan manipulada y tan a merced de ese conglomerado de medios de comunicación, tanto privados como públicos, que, mediante una recua de periodistas mediocres y entregados a la más ominosa subjetividad, busca siempre manipular para contar sus propias verdades, amparadas en el alero de sus negocios e intereses.
Por eso, cuando me referí a términos como “cámara de gas mediática” y “campo de concentración periodístico” estaba perfectamente consciente del valor de los adjetivos empleados; lo que sucede es que La Nación, en una operación doble de silenciamiento, solo habla de “cámara de gas” y de “campo de concentración”, y así, por un efecto de contigüidad semántica, busca exponerme ante el pueblo judío.
De ahí, La Nación pasa a hacer una insinuación aún más grave, amparada en un comunicado de la comunidad judía de Costa Rica que le sirve como base y pretexto, al afirmar que no respeto a quienes padecieron el holocausto, tema que jamás se alude en mi texto, así como en ningún momento me refiero a la terrible situación que padecieron los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Al hacerlo no solo se vende una mentira como una catedral, sino que, además, en la operación, se silencia el punto capital de mi escrito: la denuncia de la corrupción de los partidos políticos, la denuncia contra la corrupción en el Poder Judicial y la denuncia de una prensa manipuladora y mediocre, que miente cuando le conviene y calla cuando tiene que alzar la voz contra los que hacen del poder una piñata y un saqueo para su beneficio personal.
El mismo ejercicio lo hicieron tras unas declaraciones mías respecto al acoso sexual en el Poder Judicial y, en esa oportunidad, 5 de enero de 2018, armaron de nuevo un escándalo, buscaron las fuentes que les dijeran exactamente lo que necesitaban y, bajo el velo de “un periodismo objetivo”, estructuraron contra mí toda una campaña de comunicación, en la que pronto un grupo de periodistas satélites pasó a expandirla, con base en la arrogante premisa de que ellos tienen la verdad y son los ungidos para contarla a los costarricenses.
Ejercicios similares los han hecho muchas veces los periodistas y la directora de CRHoy, como en las publicaciones del 16 de diciembre del 2017, sobre una denuncia calumniosa de Juan Tuck y Carlos Wiessel Baldioceda, y la del 2 de febrero de 2018 CRHoy, el cual, amparado en una denuncia anónima, mintió respecto a que, mediante mi ejercicio de la abogacía, me dedicaba a la evasión fiscal. Estas no son simples opiniones: tengo las pruebas de que fue así y las resoluciones judiciales que demuestran mi inocencia. Por estos delitos, CR Hoy y su dueño responderán ante los Tribunales de Justicia.
Aquí no importa el honor lesionado y las consecuencias que podía generar cuando se publicó la falsa notica el 2 de febrero de 2018, justo cuando ya se había decretado la tregua electoral y no se podía reaccionar. ¿Este sí que es periodismo del bueno según el diario llorentino?
En esta nueva operación del silencio en la que pretende meterme La Nación, una vez más, se aprecian rasgos y formas de proceder empleados desde 1998, cuando los tribunales los condenaron a pagar ¢12 millones y a publicar la sentencia en las primeras diez páginas del diario, a saber: falsear los hechos, desacreditarme mediante ejercicios retóricos y presentarme ante la opinión pública mediante una imagen deformada para manchar mi honorabilidad y recto proceder.
Vuelve La Nación a sus andanzas y ahora utiliza y manipula a la estimable comunidad judía para verter mentiras y endosarme afirmaciones que jamás he hecho: viejo tango el de este camaleónico periódico que se mueve al vaivén de los intereses que le convienen y cuyo mayor ejercicio es silenciar a quienes nos atrevemos a denunciar en voz alta el que nuestra patria va al despeñadero (olvidan en La Nación cuarenta días de publicaciones contra la compra de armas policiales a Israel, en el gobierno 94-98), mientras banqueros como Leonel Baruch hacen sus negocios con la campañas electorales y nadie se pregunta ni investiga de dónde vienen esos millonarios fondos.
Otrosí. Ulibarri, Moya y el director del Financiero fueron condenados penalmente por injuriadores el 8 de marzo de 1998. El pelotón de fusilamiento mediático me llevó al paredón de la infamia, más de cuatrocientas veces, entre 1994 y 1998. Me dedicaron portada y seis páginas cuando renuncié como ministro, el 26 de julio de 1997. Por un par de esos fusilamientos morales, los condenaron a indemnizarme y a publicar la sentencia en las diez primeras páginas de ese periódico. En la campaña electoral anterior, usted y su pelotón de fusilamiento moral me colocó muchas veces frente al mismo paredón mediático. Me dedicó portada y seis páginas el 16 de enero del 2018. Ahora veremos cuántos días de plomo mediático me esperan “con este tema”. Usted y sus fusileros quitan mi tiempo de trabajo y mi tranquilidad, pero seguiré defendiéndome y señalando a la prensa mediocre y mañosa, manteniendo mis posiciones contra el fanatismo.