Armando Mayorga Aurtenechea

A la orden absoluta de Manuel Francisco Jiménez Echeverría. Lico IV. La Nación Responsable de ocultar el desfile cristiano…

Tres  décadas de tirria  mayorgana

Armando Mayorga Aurtenechea lleva tres décadas atacándome desde La Nación, por se o por interpósita mano.

Lo recuerdo, junto a algunos de sus compinches de La Nación, el 9 de marzo de 1998,  cuando el Tribuna Penal condenó a su mentor (en el tenis y el periodismo infame)  Ulibarri y a los periodistas Ronald Moya Chacón y a José David Guevara por publicar injurias en mi contra, por mentirosos y delincuentes.   ¡Le ardió y le sigue ardiendo!

Armando Mayorga trabajaba ya desde antes en el diario llorentino, lo cual le sirvió para ir creando un encono y un resentimiento en  mi perjuicio, y es tal su odio, que incluso me ha atacado cuando he sido defensor de víctimas de violencia sexual.

Para reafirmar lo dicho baste un ejemplo: el 26 de junio de 1997, a pocos días de mi renuncia como ministro de Justicia, Armando Mayorga publicó en “Buenos días”, el espacio que entonces compartía entre otros con Eduardo René Ulibarri Bilbao, una columna, en la que descargó, de nuevo, una serie de inexactitudes contra mi persona.

Mayorga rasgó su cotona de mezclilla y se desbocó en mi contra, en un estado de sopor que ni en los partidos de tenis con su amigo Ulibarri habría sudado.

Con el titular “¿A dónde va don Juan Diego?”, la argumentación de Armando Mayorga Aurtenechea se basaba en suposiciones, palabra que en La Nación tiene un alto valor, porque es lo que mejor sabe hacer ese diario.

“La renuncia del polémico ministro Juan Diego Castro Fernández es un poco extraña. Se va justo cuando sorteó los más duros escándalos. Desaparece del Gobierno cuando nadie lo esperaba. Deja su cargo cuando apenas faltan nueve meses para que el presidente Figueres entregue el poder”.

Ni mi salida anticipada le era agradable a los llorentinos, porque querían siempre tener un chivo expiatorio sobre el cual descargar los males de la patria.

“Su dimisión llega tarde. Porque don Juan Diego debió haberse ido hace muchos días. Pero no, en las adversidades gozó de una inmunidad de la que no disfrutaron otros colegas suyos, “renunciados” en un minuto”.

“Y es que el impulsivo y radical Ministro protagonizó hechos inusuales, que en otros países no aguanta ningún Presidente”.

“Ejemplo, el 7 de diciembre de 1995, frente a la Asamblea Legislativa. Su orden para que los cuerpos policiales marcharan allí, en exigencia de una nueva ley orgánica del Ministerio de Seguridad, encolerizó y hasta atemorizó a los diputados. Cuando solicitaron destituirlo, la inmunidad del Ministro pudo más”.

El rescate de estas afirmaciones de 1997 retrata de cuerpo entero a Armando Mayorga Aurtenechea, quien, como ya se observó, se atreve a hablar de ética y deontología del periodismo, cuando su actuar como jefe de redacción de La Nación lo desmiente.

“La controversia lo siguió con la compra de armas a Israel. Fue don Juan Diego el que la promovió y el que más protegió el secreto de Estado en la negociación. Cuando ya se suspendió el decreto, era tarde. Mucho del proceso estaba plagado de anomalías. De no haber sido por la prensa -y en gran parte por La Nación- los costarricenses estarían desinformados”.

“Esa prensa “venenosa” y “mentirosa” es la que hizo saber de que faltaron armas en los envíos de Israel. Es la que reveló a quién llegaron cargamentos equivocados. Es la que informó de que los avalúos de las llamadas municiones obsoletas reportaron que no todas eran obsoletas”.

Sobre el tema de las armas a Israel, La Nación fue condenada por injuriosa, obligada a pagar una indemnización de diez millones y a publicar en diez páginas la sentencia completa. Y aquí, en este ejemplo, quedan claro los argumentos pobres de que se valían para propagar sus mentiras.

La columna en análisis demuestra que la persecución, las afirmaciones infundadas y la falta de rigor periodístico que ejerció La Nación contra Juan Diego Castro en 2018 con motivo de su candidatura presidencial, no son una práctica aislada, sino todo lo contrario.

Ya la tormenta amainó. Y ahora, ¿qué pasará con don Juan Diego? Dice que se va a su oficina de abogado litigante. Dice que va a las aulas universitarias. Siendo tan sorpresivo, no es extraño que vaya a buscar una diputación. Precisamente renuncia en el plazo justo para optar a ella: 31 de julio. ¿La logrará? Las malas lenguas ya andan diciendo que solo si se busca un buen padrino”.

Incluso hoy, 22 años después, de escrita, da pena observar la ligereza con que Armando Mayorga Aurtenechea trataba temas como la salida de un ministro de un gobierno, en este caso mi salida libre y voluntaria.

Suposiciones, suposiciones, suposiciones. A lo largo de este tiempo no ha cambiado. Sigue tan superficial como siempre. Las suyas, más que informaciones, son conjeturas. Es el periodismo supositivo que he denunciado con valentía y tesón, y por eso es que en Llorente truena y llueve cada vez que les exijo el más mínimo rigor informativo.

Armando es un peón de larga data en La Nación, a tal punto que uno y otro se confunden en su hacer, plagado de manipulaciones y que ha convertido el factor de distorsionar los hechos en un triste y patentado arte, con un único fin: mentir canallamente.

Desde su añejo puesto como jefe de redacción  siempre ha mantenido una línea informativa en mi perjuicio, que no ha cesado a lo largo de estas tres décadas. Cada vez que se le presenta la ocasión mueve cielo y tierra para desinformar y confundir a la opinión pública.

Cierto que Armando se mueve en un ambiente en el que los intereses económicos y comerciales se sobreponen a los periodísticos y que detrás de ese medio está Manuel Francisco Jiménez, casado con Adriana Marín Raventós, hermana de Nuria Marín Raventós esposa y socia, Antonio Álvarez Desanti, el doblemente fallido candidato a la presidencia.

El tenista periodista Mayorga no necesitó que Juan Diego Castro fuera oficialmente candidato presidencial para que lo descalificara por medio de columnas y más recientemente en sus redes sociales, como en Twitter, por ejemplo. Cuando el 15 de enero de 2018, presenté la segunda  edición de “Los embusteros de la mala fe”, libro en el que señalo las persecuciones recurrentes, las desinformaciones y las injurias a que me ha sometido La Nación durante treinta años, ese medio publicó, por medio de Esteban Oviedo una nota que seguía a la perfección el camino trazado hacía tres décadas: “Juan Diego Castro lanza violento ataque a La Nación”.

Lo que  dije esa noche en la presentación del libro que enchila a los fusileros, estaba totalmente documentado, de forma tal que no había ningún “violento ataque” como lo calificó ese diario en el que esas informaciones pasan por la inquina de la mesa de edición de Mayorga.

La rabia expresada por Armando se da porque a los que mandan en ese medio le enfurece que un costarricense se les plante y les diga las verdades de frente, los confronte, los desafíe y no tenga el menor asomo de temor de luchar contra ese pasquín diabólico especializado en desinformar, a partir de lo cual han sacado  provecho económico y político durante setenta y cinco años, sin olvidar los miles de millones del préstamo del fondo de pensiones de la CCSS y la salvada que les dio el PAC de Solís, cuando les perdonó el crimen tributario.

Si la Sala IV ha reiterado que para ejercer el periodismo no se necesita de una formación profesional y académica, Armando Mayorga, ha espetado que la verdadera ética de un periodista comienza en la casa, al abrigo de los padres.  Deja así muy mal parado a sus progenitores, porque él si de algo carece es de ética. O por su especial estado no lo percibe. A este periodista que se ha pasado más de media vida bajo el alero de La Nación, no le preocupa que los lectores queden bien informados, no, lo que le interesa es que en las informaciones prevalezcan los elementos ideológicos que contribuyan a diseñar una visión de país en el que los buenos son aquellos socios que hagan negocios con la casta codiciosa y La Nación, que es, como lo he dicho siempre, un partido político y mucho más.