Esposo de Nuria Marín Raventós
Magnates bananeros y arrendadores de cuchitriles al Estado
Doble perdedor en elecciones presidenciales, con partido propio y con el PLN
Ahora dueños del pasquín digital “El observador”
¡Suficiente ego y dinero para perder otra vez!
Terminando mi licenciatura en la Facultad de la Universidad de Costa Rica, me topé un par de veces a un estudiante vestido de magistrado, petulante como pocos y con orejas muy extrañas… Lombroso dicet. No sabía quien era. Después me enteré de que era un dirigente estudiantil muy cercano al PLN. Algunos años después, me hizo mucha gracia volverlo a ver en la portada de la Revista Perfil, declarado como el Tico Lindo en 1987.
Cuando atendí el caso de José María Figueres, de abril de 1991 a diciembre de 1993, en una reunión para convenir la estrategia mediática para el juicio oral y público, Florisabel Rodríguez, Rebeca Gryspan y Carlos Espinach (los colinas dos mil) propusieron a Toño Álvarez o a Farid Ayales, como vocero del candidato en las escandalosas audiencias del juzgado primero penal de San José )a dos tres meses de las elecciones).. Yo preferí a Farid, pues Toño estaba muy alejado de la abogacía y su personalidad me irritaba. En aquel instante yuo sabía que Florisabel era hermana del comelón Enio, casado con la hermana de Álvarez Desanti y siempre su principal achichincle. Ahí la quebradura de ego del ex rey de belleza de la Revista Perfil (7.12.1987) fue fatal. La historia es antigua y su rencor insuperable.
En la campaña electoral, Toño y Nuria recurrieron a toda su potencia para destrozar mi candidatura, pero no se percataron que cada chanchada que ejecutaban les caía encima triplicada. Mi “profecía” se cumplió: ¡nunca será presidente, ni con la fortuna de Nuria! Y así fue. Perdió por segunda vez, a pesar de sus despilfarros de dinero y de altanería.
Adelante, resumo el clima mediático desatado por la tenebrosa tormenta de Toño y Nuria, por el placer de dejar estas canalladas documentadas y dar gracias a Dios porque esta inefable pareja no satisfizo su ego. Amén.
La prensa costarricense utilizó una declaración mía de 48 segundos, del viernes 5 de enero de 2018, para lanzarse en una campaña brutal y despiadada contra mí, atropellando principios éticos y demostrando, una vez más, que los periodistas se comportan como sicarios del micrófono y que son capaces de enjuiciar, destruir, mentir y violentar la paz social con tal de acabar con alguien que los ha adversado y puesto en su sitio en múltiples ocasiones.
La afirmación que sacaron de contexto, una y mil veces, se refería al hecho de que conté que, hacía 20 años, compañeras de la Facultad de Derecho me habían revelado que para ascender en la Corte Suprema de Justicia tenían que practicarle el sexo oral a un presidente de esa entidad.
Mientras estaba en compañía del excandidato presidencial José Miguel Corrales, colega y amigo, expresé lo siguiente “Y que no tenga que existir una jueza que presente una denuncia porque la contagio de un herpes un poderoso magistrado que al final fue absuelto con razón o sin razón. Pero eso no es nuevo, don José Miguel, yo oí a compañeras mías de Facultad – después de que empezamos a celebrar los cinco años, los diez, los quince, los veinte años de graduados, dentro de dos años celebro los 40 – que lloraban contándome que tenían que hacerle el sexo oral a un presidente de la Corte para que las ascendieran de puesto. Y no fue ayer, fue hace más de 20 años. La corrupción del Poder Judicial es la corrupción que más duele a esta patria. Es la corrupción más cara”.
Ahí estaba la declaración, al cierre de una semana con la campaña electoral de nuevo en marcha, y fue el detonante para que la prensa irresponsable, supositiva y escudada en una falsa objetividad me atacara con todo el arsenal a su disposición, y cuyo objetivo principal era despedazar mi candidatura y favorecer la del oponente del Partido Liberación Nacional (PLN), Antonio Álvarez Desanti, quien era el aspirante de la casta codiciosa.
El primero en atacarme y orquestar el resto de los embustes fue La Nación. Ese partido político disfrazado de periódico, que se lanzó con un titular a dos columnas que decía: “Juan Diego Castro dice que funcionarias judiciales debían hacer sexo oral para ascender en la Corte”.
Ya aquí aprecié un primer síntoma de desinformación terrible y demoledor, que consistía en que la declaración se sacaba por completo del contexto al que me refería, e incluso, la frase final de lo que yo había dicho se omitía totalmente. Es decir, la corrupción en la Corte, un tema tan delicado, trascendente y que carcome nuestra institucionalidad en uno de los tres poderes de la República, se obviaba con el afán de resaltar, de forma sensacionalista, una información capital, pero que dado el tratamiento recibido se convirtió en ese periodismo de pacotilla y se alineó con el amarillismo propio de los comienzos del siglo XX.
Nuria Marín y Cristina Rojas fueron ridículas e intrigantes con alas…
Pensando en el tema con la frialdad que da la distancia del tiempo, está claro que era la chispa que la prensa requería para atacarme sin argumentos, sin bases y con el único propósito de minar mi excelente posicionamiento en las encuestas que, de manera sostenida, me ubicaban con grandes posibilidades de ir a una segunda ronda electoral.
La encuesta de Opol Consultores, publicada justamente ese viernes 5 de enero, indicaba que yo contaba, a esa altura de la campaña, con un 28,8 por ciento entre los consultados, mientras que Álvarez Desanti se ubicaba en un segundo lugar con 27,4; Rodolfo Piza del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) en el tercer puesto con 15,5, y Rodolfo Hernández del Republicano Nacional en el cuarto puesto con 11,1 por ciento. El candidato oficialista Carlos Alvarado registraba apenas el 4,7 por ciento, por debajo de Fabricio Alvarado del Partido Restauración Nacional, que tenía apoyo del 6,6 por ciento, de acuerdo con los números de la consulta.
Estaba claro, entonces, a quién había que sacar contra viento y marea, y ese era yo, que desafiaba los intereses de muchos grupos gansteriles y con una propuesta de limpieza de la corrupción en todos los niveles del Estado.
Ante el respaldo que el pueblo costarricense me brindaba, y que se sustentaba en una trayectoria como abogado penalista apegado a los mayores estándares éticos, como me lo enseñó mi padre, don Luis Castro, y fruto de un convencimiento de que el bien siempre encuentra caminos para manifestarse, era necesario el aniquilamiento y nada mejor que una prensa vendida a los más caros intereses de la oligarquía política y económica.
El dardo de salida lo dio Aarón Sequeira con la referida nota, en la que se da ya una situación que se va a convertir en tendencia: la descontextualización de la afirmación y la manipulación de las fuentes consultadas.
Con este panorama, no podía dejar de pensar en uno de mis libros: Los embusteros de la mala fe, en el que cuento cómo La Nación, cegada por ese odio contra mí y basada en pruebas falsas, se vio condenada el 9 de marzo de 1998 por injurias y calumnias, en una sentencia histórica sin precedentes en Costa Rica.
Eduardo René Ulibarri Bilbao, su director; José David Guevara y Rónald Mora Chacón, periodistas de ese medio, fueron condenados penalmente, mientras que La Nación se vio obligada a pagar ¢10 millones por concepto de indemnización, más ¢2 millones de los honorarios y – lo más grave para ese periódico llorentino – publicar la sentencia completa en las diez primeras páginas. Este hecho ocurrió el 22 de octubre de 1999 y quedará para que estudiosos de la comunicación y la historia valoren, en todo su esplendor, lo que significó ganar esa batalla contra ese monstruo de mil cabezas que no es periódico solo, que no es partido político en el amplio sentido del término, pero que tiene rasgos de él y que juega en el vaivén de las clases sociales altas a las que hoy ensalza y mañana ataca según los dictados de sus negocios y sus subsidiarias.
Ya en esta primera noticia, que tomaron al vuelo y que publicaron en la edición digital primero y luego en la impresa, se advertía que se avecinaba una guerra muy sucia para la que debía prepararme de inmediato, mientras hacíamos miles de esfuerzos por sobrellevar una campaña electoral con recursos limitados.
La operación discursiva en mi contra a partir de esa afirmación, relatada por una colega, sobre los favores sexuales que le había exigido un presidente de la Corte para ascender, se orquestó desde distintos frentes y fue creciendo como la espuma, hasta formar una bola de nieve que pretendía aplastarme.
Ningún periodista, de los 41 que se refirieron a mi afirmación, tuvo la honradez para observar la otra cara de la moneda y poner manos a la obra e investigar lo denunciado. ¿Realmente interesaba defender a las mujeres del Poder Judicial a las que supuestamente había ofendido, o simplemente era un pretexto para arremeter contra mí por ostentar una posición que me permitiría ir a una segunda ronda electoral, con lo cual se le caía el plan – primero – al periódico llorentino y – después – a una prensa vasalla partidaria de la genuflexión y al servicio de intereses económicos y políticos que la alejan de una deontología imprescindible para la práctica del periodismo?
La visión sesgada a partir de las fuentes consultadas y el ocultamiento deliberado de un elemento clave de mi afirmación – fue hace 20 años – provocó una avalancha de criterios en mi contra,…el ocultamiento deliberado de un elemento clave de mi afirmación, para luego hacer una operación mayor, también mediante otro recurso retórico manido y podrido: extender la afirmación que competía solo al Poder Judicial, y en concreto a un caso en particular, a toda Costa Rica, con lo cual se ponía al menos a la mitad de la población contra mí, el candidato que amenazaba los intereses de la camarilla política corrupta del país.
Fue una verdadera orquestación mediática lo que se desató a partir de la primera nota de La Nación y lo que vino después fue un recital de manipulaciones y de mentiras como demuestro en este libro. Me referí a mis compañeras, y en particular al caso de una de ellas, porque tuvo la valentía de narrarme el hecho; pero la prensa fue “incapaz” de circunscribirse al término “compañeras” y – más pronto que rápido – hizo una extrapolación para que pareciera que ofendía a todas las mujeres de Costa Rica. Con este enorme sesgo informativo, la noticia tomó ribetes camaleónicos, como la prensa misma que la emitía, y fue entonces cuando comenzó el macabro juego político.
La prensa canalla acudió y sirvió de eco a fuentes como la Asociación Nacional de Profesionales del Poder Judicial (ANPROJUD), la Asociación Costarricense de la judicatura (ACOJUD), la Asociación Costarricense de Juezas, la Presidencia de la Corte y personajes del entorno político para que expandieran, como un dardo envenado, la idea de que con mi aseveración trataba de minar el prestigio de las mujeres del Poder Judicial y el de las mujeres de mi país.
¡Qué mentira tan imperdonable! ¡Qué tristeza tan grande que en nuestra patria opere una prensa servil y vendida a los intereses de la clase política y empresarial que la alienta desde las sombras! Quienes me conocen saben de mi admiración perenne por la mujer por su inteligencia, por su integridad y por su incomparable capacidad de trabajo. De hecho, mi vida se enriquece día a día porque vivo rodeado de mujeres inteligentes con las que laboro, y en especial de mi esposa y mi hija, que son inspiración permanente en mi vida.
La Corte Suprema de Justicia, que muchas veces calla cuando debe pronunciarse en temas clave, emitió un comunicado oficial en el que negaba que en esas instancias se dieran situaciones como los favores sexuales. Solo los magistrados de la Sala Constitucional, a la espera de recursos contra mí, se inhibieron de firmar la declaración.
La Corte descartaba “que en forma directa, vedada o indirecta se ponga en duda el marco de respeto a los derechos de las participantes y al principio de idoneidad, con los cuales son realizados todos los procesos de escogencia de funcionarios y funcionarias de este Poder de la República”.
La prensa mediocre empezó a hacer cábalas y a buscar si era este o aquel presidente de la Corte al que me refería, con lo cual dejaban claro, una vez más, su falta de miras; porque lo esencial, lo verdaderamente primordial, es que se hubiese producido un hecho tan deplorable y lamentable en el Poder Judicial.
La también exfuncionaria judicial sabía, de sobra, que debía ser la mujer ofendida la que presentara la denuncia, por lo que sus declaraciones a la prensa lo que buscaban era crucificarme por haber tenido la valentía de manifestarse sobre una situación delicada en un momento en que cualquier cosa que yo dijera podía tener implicaciones para mi candidatura.
Está claro que, aparte del desafío que había asumido como candidato a la Presidencia, para mí siempre iba a estar primero mi país, por encima de mis aspiraciones personales. Por ese motivo, en esa declaración, que se transmitió por Facebook, hablé de frente, sin tapujos, sin temores, y a sabiendas de que mis palabras podían mover conciencias que preferían mantenerse silenciadas y en las sombras.
La Anprojud, en un comunicado en Facebook, siguió las líneas maestras que ya había marcado la prensa comercial, es decir, ataque sin siquiera tener en cuenta el valor exacto de mis palabras; lo que significaba haber comenzado a preguntarse de la gravedad del asunto y de la denuncia, para así empezar verdaderamente a valorar a las funcionarias del Poder Judicial en toda su dimensión humana.
“Exigimos la presentación de las denuncias correspondientes o, en su defecto, la disculpa pública para todas las mujeres que integran la población judicial y que por mérito auténtico han destacado y escalado la estructura laboral de este poder de la República”, decía el comunicado de la Anprojud.
Debí salir a explicar y confirmar que, de mi parte, existía una preocupación honda y real del tema y que, por lo tanto, en un gobierno nuestro íbamos a tratar el asunto con sumo cuidado y responsabilidad.
“Nosotros vamos a entrarle duro al tema del acoso, pero que no me diga a mí ninguna persona que por qué no denuncié, más cuando es abogada. Qué mal doña Cristina (Rojas, exfuncionaria judicial), qué mal. Usted sabe que yo no puedo denunciar esos casos, que debe ser la mujer ofendida, la mujer agredida, quien denuncie”, dije en esa oportunidad y es una afirmación que sostendré siempre.
La Acojud no tardó en abalanzarse contra mi postura y, de nuevo, el actor que servía como caja de resonancia, sin interpelar a ninguna criticidad en el sentido de ahondar en mi denuncia, era la prensa. La politiquera Acojud aprovechó para soltar su aguijón y en sus declaraciones se refería incluso a las mujeres costarricenses como todas las ofendidas, con lo cual, de nuevo, el caso adquiría dimensiones estratosféricas en una operación discursiva que muchos no captaron en el momento, pero que tenía claras intenciones de afectar mi candidatura y más importante aún: mi honor y mi trayectoria como abogado penalista con una carrera de casi 40 años.
“La Acojud deplora el irrespeto a la democracia, a la institucionalidad y a las mujeres en general, evidenciado en recientes manifestaciones, emitidas en el marco de la campaña electoral, contra las juezas costarricenses, quienes se han desarrollado profesionalmente bajo los cánones de la carrera judicial”.
La magistrada Julia Varela, de la Sala Segunda, salió en defensa de las mujeres, pero tampoco se dio a la tarea de hurgar si mis palabras llamaban a la reflexión y al debate sobre un tema que es una realidad: el acoso y el hostigamiento sexual en el Poder Judicial. Espero que Julia se inhiba en cualquier caso mío.
De esa forma, Varela, como subida a la comparsa de los medios de comunicación y de las voces que simplemente vieron en la superficie y no en la profundidad del tema, se lanzó a cuestionar mi afirmación: “Esto lo dice él en un contexto político, que desde mi punto de vista es desafortunado. No me parece que sea justo que él esté, ahora, cuestionando a las mujeres que para aquella época entraron; me parece muy ingrato, desafortunado, inapropiado desde mi punto de vista, como profesional y como mujer, me parece que está hablando sin ninguna base”.
Con una vehemencia que, por lo general, le falta a la Corte, la magistrada de la Sala Tercera, Doris Arias, también salió a despotricar contra mí y puso en contexto palabras que nunca dije y conceptos a los que jamás apunté.
“Quisiera señalar que las mujeres tenemos derecho a no ser violentadas de ninguna forma, ni desde la violencia física, ni la psicológica, ni la patrimonial, pero tampoco debemos ser violentadas desde el punto de vista de la violencia política y la violencia estructural”.
Quien examine, con la rigurosidad de un científico social, la declaración que desató la furia de la prensa contra mi persona, y que reitero dura solo 48 segundos, comprobará que en mis palabras no hay, en absoluto, ningún tipo de violencia y que la referencia a un hecho pasado y vivido por una excompañera de Facultad, lo que venía a poner en el tapete de la campaña es que en el Poder Judicial se suceden situaciones anómalas contra las mujeres no hoy, sino desde hace, al menos, dos décadas.
En declaraciones a la prensa, Arias aseguró que han realizado un trabajo en ese ámbito al sostener que: “La comisión específica de hostigamiento sexual tiene resultados tangibles en protección de los derechos humanos de las mujeres a no ser violentadas de ninguna forma, tales como investigaciones de hostigamiento sexual, casos resueltos, sanciones disciplinarias impuestas. Se trabaja en prevención, sensibilización y se dan oportunidades a las mujeres para que interpongan sus denuncias, se las provee de defensa y se les garantiza un abordaje integral como víctimas”. Lo extraño es que esos resultados, si existen, no circulan para que los conozca la comunidad nacional, con lo cual queda demostrado que el tema del acoso sexual, que reviste una gran importancia, no ha recibido el tratamiento que se merece en el Poder Judicial.
Hay que apuntar, además, que al analizar con la frialdad que da el tiempo las palabras de la magistrada Arias, solo puedo sacar en claro que, en verdad, no había en sus declaraciones un verdadero afán de defender a las mujeres, sino, más bien, de asumir una posición política en relación con el funcionamiento de la Corte y, de esa forma, quedar como adalid de la transparencia y del buen hacer; no obstante, su discurso se desmorona por su propio peso, porque ahí dentro siguen sucediendo casos de acoso sexual que muchas mujeres callan, aun hoy, por temor a denunciar y sufrir represalias del poder.
Y dos magistrados cayeron por traviesos
Como cuando el depredador huele la sangre de la víctima, pronto apareció, en CRHoy, Nuria Marín Raventós, esposa de Antonio Álvarez Desanti, exigiéndome disculpas en nombre de las mujeres de todo el país. El titular de “Cr hoy” decía: “Nuria Marín exige disculpa pública a Juan Diego Castro”.
“Ayer fuimos víctimas de un nuevo ataque del exministro Castro. Sea quien sea el que caiga en estas bajezas de menospreciar y bajarle el piso a las mujeres costarricenses que han logrado ser exitosas por méritos propios, merece el rechazo de todas las mujeres. El exministro les debe una disculpa a todas las mujeres del país”, dijo Marín en una conferencia de prensa replicada por CRHoy.
En el párrafo citado, se puede apreciar – a las mil maravillas – cómo se puede mentir fácilmente con una operación discursiva que transforma un hecho concreto en uno general. La referencia que hice fue a un caso concreto en un tiempo determinado, o sea, hacía 20 años, pero esos elementos, imprescindibles para entender el mensaje, eran omitidos por mis adversarios políticos y la prensa les tendía la alfombra para que desfilaran por ella con sus calumnias y mentiras.
La señora Marín, esposa del que fuera considerado “Tico lindo” por la Revista Perfil, del Grupo Nación, sostuvo que mis palabras habían sido una “agresión a las mujeres”. Está claro que el arte de mentir puede alcanzar cuotas fascinantes si a una persona politiquera e irresponsable se le pone delante un micrófono y nadie le exige altura de miras y una mínima ética.
En el contexto de lo que significaba la campaña electoral estaba claro cuál era la intención de la señora Marín, pero, una vez más, la prensa se prestaba para esos entuertos, propios de las gacetillas aficionadas y oscuras que circularon en otros momentos de la historia patria. La guerra contra este servidor estaba desatada; en adelante, cualquier elemento que surgiera de nuestra campaña iba a ser visto con lupa, no por la rigurosidad que caracteriza a nuestra prensa, no, jamás, sino porque cualquier elemento podía elevarse exponencialmente para hacer daño.
De esta manera, se recogieron los testimonios de diferentes voces de partidos políticos y los medios se hicieron eco de lo que se dijo en la Asamblea Legislativa, donde la liberacionista Sandra Piszk hasta se dio el lujo de tacharme de “machista y autoritario”. Ay, doña Sandra, cómo se nota que no me conoce y que su alocución en el Congreso respondía a intereses estrictamente partidarios.
Como había que hacer daño a toda costa, el pseudoperiodismo apareció en acción y páginas como Delfino.cr trataron de armar una pugna interna, al hacerle creer al electorado que existía una división entre mi candidatura y quienes aspiraban a puestos como las diputaciones. Para ello, utilizaron un audio en el que los comunicadores a cargo pedían un mayor respaldo para mí, ante el aluvión de noticias generadas con base en la descontextualización de una afirmación que, si hubiera sido proferida por otro candidato, jamás habría recibido la atención que le mereció a los medios, los cuales, reitero, estaban listos para atacar con furia basados en cualquier pretexto. Incluso la Corte en pleno repudió mis declaraciones, no obstante, los magistrados ni siquiera se tomaron la molestia de aceptar que los casos de acoso y hostigamiento sexual están a la orden del día en las distintas dependencias.
Con todo lo sucedido alrededor de unas declaraciones fuertes, pero que respondían a una confesión valiente, lo que quedó claro es que existía una gran predisposición de la prensa contra la exitosa campaña que hasta ese momento – 5 de enero – habíamos desarrollado; predisposición basada en el principio de hablar sin tapujos y de poner en alerta a la población costarricense sobre la necesidad de cambiar a un Gobierno cuyos resultados eran, a todas luces, mediocres y en el que la corrupción campeaba igual o peor que cuando gobernaban los partidos tradicionales como el PUSC y el PLN.
Tan solo cinco días después de que la maquinaria de la prensa había tomado como pretexto unas declaraciones mías sobre el acoso sexual en el Poder Judicial para atacarme ferozmente, tenía previsto asistir a una entrevista con Jerry Alfaro, de Repretel, en la sección “Voto 2018”; no obstante, sin previo aviso y sin que existieran razones, se me comunicó que, en vez de Alfaro, estaría el periodista José Alexis Rojas, quien recientemente había sido compañero de Evelyn Faschler, ahora reconvertida en jefe de prensa del entonces candidato Antonio Álvarez Desanti.
Ante mi negativa a prestarme a un circo, a que utilizaran mi nombre y al evitar exponerme a una entrevista que estaría manipulada por los oscuros intereses de quienes estaban detrás de ese cambio, se montó – como era de esperar por parte de una prensa que claramente había inclinado la balanza para otros partidos y otros intereses – un escandalillo y recurrieron al viejo truco de la silla vacía, para tratar de endilgarme la responsabilidad de que el espacio no se emitiera como estaba previsto originalmente.
“A esta hora deberíamos estar haciendo acá, en Voto 2018, en esta plataforma de nuestras redes sociales, aquí en Repretel, la entrevista al candidato del PIN, Juan Diego Castro, pero como pueden ver en estas imágenes, el señor Juan Diego Castro no vino, y no vino porque tuvo un accidente o porque le pasó algo, no vino porque no quiso darnos la entrevista a última hora, no sé cuál es el motivo del señor Castro para que, faltando 5 minutos, nos haya dicho, a través de su jefe de prensa, Álvaro Sánchez, que el señor Castro no quería venir a una entrevista conmigo aquí en Voto 2018. Las razones él las sabrá”, dijo Rojas en la transmisión en vivo.
“Juego limpio. Reglas Claras”. Eso era lo que exigía de los periodistas de Repretel, pero era, precisamente, lo que no procedía de su parte en ese momento. De ahí que orquestaron de nuevo un aluvión de críticas injustificadas, con el afán supremo de minar mi candidatura. En aquel momento, se lo dije muy claro, señor Alexis Rojas: “Yo a don Alexis tengo muchos años de conocerlo, desde que yo era funcionario público, y él conoce bien cómo ha sido nuestra relación; yo ya pasé por donde asustan, don Alexis; pero yo juego limpio y hago respetar las reglas limpias”.
Rojas se pasó al lado de las víctimas en procura de ganar empatía y de exponerme de forma innecesaria y de mala manera ante la opinión pública. “Nos duele porque queríamos presentar al señor Juan Diego Castro ante todos nuestros televidentes para que, ustedes y yo, hiciéramos las preguntas que todo candidato tiene que responder, y son candidatos que quieren llegar a ser presidentes de la República, pues tendrán que dar cuentas aquí o en cualquier otro estrado”, afirmó el periodista.
“Como ciudadano y como candidato yo decido a dónde voy”. Así les contesté en aquel momento y fue como lanzar una chispa a un galón de gasolina: explotaron de inmediato.
Habiendo recapacitado en todo lo sucedido, me doy cuenta de que existía un mandato de mano negra para impedir, a toda costa, que mi candidatura llegara a buen puerto, como lo quería el noble y leal pueblo de Costa Rica. El procedimiento de convertirse en una voz lastimera se puede apreciar en todo su esplendor en estas palabas de Rojas: “Queríamos conversar libremente como lo haríamos con cualquier otro candidato, como lo hicimos ayer con el señor Otto Guevara, y eso queríamos hoy, pero bueno, tenemos acá, la silla vacía”.
El hecho de que la prensa se convirtiera en aliada fácil del PLN, el PUSC y el PAC no era en realidad una sorpresa, lo que me llamaba la atención era el grado de servilismo y entrega que había alcanzado, mientras a los cuatro vientos pregonaban que una prensa libre e independiente fortalecía el sistema democrático costarricense.
Una enorme mentira que, dichosamente, un sector de la población sí percibió, y más hoy que el “desgobierno” del PAC ha generado tanta desesperanza en la población en general, pero – sobre todo y ante todo – en la que llamamos “gente de a pie”, que se caracteriza por su honradez, por su entrega al trabajo y por soñar con una patria más justa, más humana, que la contemple en sus planes de desarrollo.
También, como era de esperar, otros medios como el Elmundo.cr hicieron eco de mi ausencia a la entrevista, y en redes sociales se desató una inconformidad orquestada desde las sombras por troles a sueldo. A esta camarilla de pseudoperiodistas se unió CRHoy y ese blog Delfino.cr, que de delfín no ha de tener mucho, y con el encono que los caracteriza hacia mi persona, empezaron a ensuciar mi imagen, sobre todo, en redes sociales.
Los ciudadanos que a diario son manipulados por una pacotilla de periodistas, cuya ética desconozco, porque no sé dónde la dejaron olvidada, comenzaron a manifestar su disconformidad con mi proceder; pero entendí y entiendo que, de acuerdo con cómo se presenten los hechos, así va a ser su reacción.
Un ejemplo fiel de lo afirmado es el blog Delfino.cr, a cargo de Diego Delfino, quien, como no podía ser de otra manera, había pasado por el pasquín llorentino, donde solo había aprendido mañas y prácticas antiperiodísticas que luego iba a volcar con desatino en sus escritos, algunos francamente descuidados desde el punto de vista estilístico.
Es raro y lamentable que alguien que haga alarde de su condición de periodista escriba con descuido, como le pasa a este personaje que aseguró que mi campaña hacia la presidencia se iba a pique: “La campaña de Juan Diego Castro hace más y más agua”.
“Pues bien, el día de ayer Castro tenía pactada una entrevista en Repretel y ¿adivinen qué? Tan pronto se enteró que (sic) era con Alexis Rojas decidió dejarlo plantado. Indignado y sentado a la par de una silla vacía, dijo el hoy jubilado Rojas: “Es la primera vez en 30 años de contiendas electorales que me ocurre una cosa de estas” (solo en Facebook esa frase se reprodujo casi 200.000 veces).
Ahí estaba Delfino soltando todos sus prejuicios, todo su veneno de gacetillero extraviado, al servicio de la campaña que vilmente se había orquestado contra mí, el único candidato que hablaba de frente, que no tenía miedo de llamar las cosas por su nombre y que, pese a que estaba de por medio la presidencia de la República, no maneja las declaraciones guiado por cálculos políticos, sino con base en una realidad nacional lastrada por la corrupción, el engaño, las triquiñuelas, que nos dejaban como herencia un país lleno de desencanto, confusión y tristezas, todo ello envuelto en un presente y un futuro llenos de incertidumbres.
Nuria del Pilar y Toño y sus achichincles son así… ¡Cuidado!



