Álvaro Murillo Murillo, compinche de Vilma y barra del PAC, y de Ernesto Rivera, en un programilla electorero de Canal 13, aunque parezca increíble, es un corresponsal esporádico en EL PAÍS, pero nunca entendió o no leyó lo dicho por el Papa Francisco, el 7 de diciembre del 2016, un año antes de su ataque infernal en mi contra.
El Papa compara consumir noticias falsas con comer heces
Bergoglio llama a que los medios desistan de promover contenidos escandalosos y sin valor informativo
El papa Franciso ha comparado este miércoles a los medios de comunicación que difunden rumores sin fundamento y escándalos con las personas que tienen una fijación sexual con el excremento. Jorge Mario Bergoglio ha agregado que consumir noticias falsas es como comer heces y ha lamentado el auge de la “desinformación” y su posible influencia en las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
“La desinformación”es probablemente el principal pecado en el que incurre un medio, porque dirige la opinión pública hacia una sola dirección y omite parte de la verdad”, ha señalado en una entrevista para la publicación belga Tertio. Bergoglio instó a que el periodismo sea más claro, transparente y no caiga en la coprofilia, la atracción hacia lo fecal.
Esta no fue la primera vez que el Papa se refirió en estos términos al impacto de las noticias falsas. “Los periodistas se arriesgan a contraer la enfermedad de la coprofilia y así fomentar la coprofalia (el consumo de heces), que es un pecado que tienta a mujeres y a hombres”, dijo al periódico La Stampa un año antes de haber sido elegido como el líder de la Iglesia católica.
https://elpais.com/internacional/2016/12/07/actualidad/1481147259_931192.html?outputType=amp
El furibundo propagandista a favor de Carlos Alvarado y el PAC
Nada peor que engañarse a uno mismo. Y es lo que sucede con Álvaro Enrique Murillo Murillo, periodista del Semanario Universidad, e hijo de la escuela especulativa y supositiva de La Nación.
El periodista se cree un narrador consumado y cree, hay que reiterar este término, que tiene un dominio del lenguaje como los grandes periodistas que en el mundo han sido, como José Martí, Rubén Darío, Francisco Umbral, Gay Talese y Gabriel García Márquez, para citar solo algunos, con el debido respeto a su memoria, porque aquí no cabe ni la más mínima comparación con el escribiente, quien refugiado en esa falsa creencia de que escribe bien, se lanzó contra mí en un perfil cargado de prejuicios.
Lo que no contó Álvaro Enrique Murillo Murillo es que el título del perfil, “El temor y la furia”, publicado el 6 de diciembre de 2017 en el Semanario Universidad, fue una pobre y triste copia del titular real: “El ruido y la furia”, que correspondía a la novela de 1929, del galardonado con el Premio Nobel de Literatura 1949, William Faulkner.
Ya para empezar se le cae toda la careta al comunicador, porque evidencia que su limitada creatividad lo llevan casi a calcar un titular escrito muchos años antes, sin embargo, él quiere dar la idea de que es original.
Y en medio de todas sus inexactitudes, al referirse al carácter, a los hechos y a mi vida, Álvaro Enrique Murillo Murillo no se percata de algo esencial, y es que esa frase de la que parte la dice Benjy, el narrador principal de la novela, y quien es descrito como un “tonto”.
¿Quería pasar Álvaro Enrique Murillo Murillo como el tonto del periodismo, que se cree muy listo pero que se desnuda así mismo en su ignorancia literaria y su pobreza creativa?
En primer lugar, queda claro que tomó al vuelo el titular de Faulkner y ni siquiera da muestras de haber leído el contenido del texto, pues de lo contrario no se hubiera expuesto a que se le considerara el tonto de la clase.
Lo grave, no obstante, es que ese titular es ya tendencioso y revela que el autor es un deudor de ese periodismo sensacionalista, malintencionado, poco profesional y burdo que se hace en La Nación y que él simplemente pasó a las páginas del Semanario Universidad.
El verso original que dio pie al título de Faulkner viene de William Shakespeare y su obra Macbeth, pero el escritor estadounidense lo emplea para darle voz a un discapacitado mental .
¿Qué pretendía Álvaro Enrique Murillo Murillo al convertirse en narrador de un reportaje sesgado (véase mi respuesta adjunta al Semanario Universidad) y hacer por su cuenta una analogía con el narrador de Faulkner?
El título original, como se ha dicho, interpelaba al “ruido y la furia”, y en esto también calza como horma al zapato el proceder del periodista, puesto que el artículo está cargado de ruidos y de inexactitudes.
Uno de los ruidos es cuando afirma que mi vida “viene marcada por la exposición y el conflicto como norma”. Un periodista que pretende ser profundo, que quiere ostentar que sabe escribir, lo que queda en entredicho entre quienes leyeron el pseudoperfil con el cuidado de un buen lector, no puede caer en esas inexactitudes tan grotescas.
“La exposición y el conflicto como norma” es una frase hueca, pobre, sin sustento ni respaldo y más propia de un sofista de pacotilla, que de alguien que haya estudiado a profundidad el uso del lenguaje y sepa, por ende, cuál es el verdadero valor de las palabras. Como dijo Pablo Neruda cuando le preguntaron “qué era la poesía” y contestó: “Cuando se tope con ella se va a asustar”.
Cuando Álvaro Enrique Murillo Murillo sepa que el lenguaje requiere dedicación, esfuerzo y capacidad de entendimiento, dejará de hacer esos juegos insulsos y dejará, también, de exhibirse como Benjy, el personaje de “El ruido y la furia”, que, de nuevo, se caracteriza por su incapacidad para comprender incluso la realidad más elemental.
Sostuvo el periodista en el pseudoperfil, porque si quiere saber cómo se hace un perfil que lea a John Lee Anderson, Tom Wolf, Manuel Vincent y a Arturo Pérez Reverte, que yo era un “personaje polémico y temido”. De nuevo, intentó desvirtuar mi honor de abogado, en cuyo ejercicio durante 40 años he demostrado entereza, ética, rectitud y entrega absoluta a mi labor.
El prestigio que me he labrado, trabajando muchas horas, dedicando, también, muchas horas al estudio, no la borra un pobre y poco creativo periodista como Álvaro Enrique Murillo Murillo, que se vale de unos recursos manidos para tratar de ensuciar mi buen nombre y mi buen proceder en la vida.
Y a lo largo del pseudoperfil, el periodista opina y manipula el texto con la escogencia de las fuentes, por eso no es gratuito que haya puesto a hablar a Eduardo René Ulibarri Bilbao, quien el 9 de marzo de 1998 fue condenado por injurias contra mí, dadas las publicaciones realizadas en La Nación. En esa oportunidad también fueron condenados Ronald Moya Chacón y José David Guevara.
Estamos en presencia de un periodismo que no se aparta ni una línea del que se practica en La Nación, es decir, un periodismo que busca hechos para extrapolarlos, que parte de prejuicios, que hace suposiciones y que cuando enfoca sus dardos contra una persona, es capaz de atacarla sin miramientos, con el único afán de destruir su honor. Esa práctica la han focalizado contra mí a lo largo ya de tres décadas.
Para Álvaro Enrique Murillo Murillo, aunque ya trabajaba para el Semanario Universidad— un medio que antes de la llegada de Ernesto Rivera Casasola había demostrado apego a la ética y al equilibrio periodístico–, se le olvidó ese gran detalle y empezó a comportarse como sus pares de La Nación, con quien compartía ideas en redes sociales y externaba posiciones en mi contra.
De ahí que el sesgo sea el indiscutible sello del pseudoperfil que publicó el 6 de diciembre de 2017 en el Semanario Universidad, al cual habían convertido en un clon de La Nación.
Como se puede observar, este periodista cercano de la derecha del país y al Partido Acción Ciudadana (PAC), tenía que estar al lado en la campaña electoral de este corrupto partido, dado que gracias a él llegó al Semanario Universidad Mauricio Herrera, quien a su vez contrató a Ernesto Rivera Casasola, y este continuó con la cadena y sumó a sus filas a Álvaro Enrique Murillo Murillo.
Antes que ser periodistas custodios de una ética, se deben a los partidos que los han llevado a un obtener un empleo y eso tiene un precio.
Hay que recordar que al pasar a ser Ministro de Información de Luis Guillermo Solís, Mauricio Herrera le abrió el camino de par en par a Ernesto Rivera Casasola para que fuera el nuevo director del Semanario Universidad y fue cuando este medio, pagado con dinero público, se convirtió en una sucursal, del otrora antagonista, La Nación.
De ahí que a las pocas luces que el en manejo de comprensión de la política, aunque en sus redes haga ostentación de ser un consagrado analista, tiene Álvaro Enrique Murillo Murillo obedecen a ese clima de prepotencia que caracteriza a la escuela de periodismo de su diario mentor que es La Nación y a los intereses a los que debía responder como periodista abanderado del PAC.
Por esto tampoco extraña que una de las estratagemas empleadas en el pseudoperfil sea la fórmula “bajo condición de anonimato”, con la cual le dio voz a personas que en realidad quizá nunca se expresaron sobre mi persona, pero que gracias a ese viejo truco periodístico, Álvaro Enrique Murillo Murillo intentó enlodar mi imagen, en momentos en que me perfilaba con gran fuerza para estar en la segunda ronda electoral.
Al formar parte de la escuela de los Ulibarri, los Armando González y los Ernesto Rivera Casasola, Álvaro Enrique Murillo Murillo se inscribió en esa corriente que parte de que la verdad les pertenece y que al otro lado hay un público incapaz de reaccionar a las matráfulas, las manipulaciones, las mentiras y las extrapolaciones que ha caracterizado a ese “periodismo supositivo” y de “torturadores mediáticos”, el cual con tanto ahínco y fuerza de espíritu he combatido Juan Diego Castro durante cuatro décadas de ejercicio como abogado.
Álvaro Enrique Murillo Murillo se aventuró en el reportaje a hacer insinuaciones no solo infundadas, sino peligrosas. Cruzó todas las fronteras de la ética con tal de hacer daño, alterar la realidad y, por ende, mentir.
Derecho de respuesta del candidato presidencial
Juan Diego Castro Fernández. 13 diciembre de 2017.
LA FURIA Y EL TEMOR DEL SEMANARIO UNIVERSIDAD
Contra esa plaga de prepotentes, incultos y malintencionados he luchado y seguiré luchando. La antorcha del honor y de la libertad se defienden siempre.
Juan Diego Castro Fernández al tenor de las normas que protegen el derecho de respuesta previstas por la Constitución Política y la ley de la Jurisdicción Constitucional expresa que solicita la publicación del siguiente comentario en ese periódico, tanto en su edición impresa como en la digital dentro del plazo de ley:
La noticia publicada hoy miércoles 6 de diciembre del 2017 en la versión impresa, con extensión de cuatro páginas, y digital del semanario que usted dirige titulada “Juan Diego Castro, el temor y la furia”, redactada por el escribiente Álvaro Murillo es tendenciosa, imprecisa, malintencionada y difamatoria.
LA FURIA Y EL TEMOR DEL SEMANARIO UNIVERSIDAD
El reportaje en el que elaboran un perfil mío y cuya autoría es de un periodista que abiertamente se ha expresado en contra de este servidor cuantas veces ha querido a través de la plataforma Twitter carece completamente de los principios éticos del periodismo y falta a la verdad.
Es la lamentable reconfirmación de la posición sesgada y frontal que han adoptado hacia mí los medios de la Universidad de Costa Rica desde hace semanas, por cierto, medios que financiamos todos los costarricenses con nuestros tributos.
La primera muestra del ataque feroz de los medios de la Alma Máter se dio semanas atrás en un programa difundido en el canal 15 de la UCR llamado “La prensa detrás del ‘cementazo'” y en el que el director, Marlon Mora, le dio rienda suelta a su posición subjetiva hacia mí en compañía de un señor llamado Diego Delfino, quien me difamó abiertamente al decir que yo había orquestado todo un complot en su contra y hasta me involucró con personajes que están directamente relacionados con el escándalo corrupto del cementazo, del que no tengo nada que ver.
Quisiera comprender la furia y el temor del Semanario Universidad, del señor Murillo y del canal 15 por mi candidatura presidencial, mi primer lugar en las encuestas, mi trabajo honesto en esta campaña en la que han arreciado los ataques viles y oscuros hacia mí y he llegado a una conclusión: es ampliamente sabido que la influencia del presidente Luis Guillermo Solís y del Partido Acción Ciudadana (PAC) en estos medios y en quienes trabajan allí atenta contra cualquier independencia editorial.
Le aclaro al señor Murillo y a la cuadrilla de escribientes del Semanario que mi vida no ha estado marcada por el conflicto, sino por una lucha incansable en la defensa de mi honor a como dé lugar, por un esfuerzo y sacrificio en mis labores diarias para sacar adelante a mi familia, a mis ocho hijos y a mis cuatro nietos.
En el artículo se refieren a mí como el defensor del expresidente José María Figueres, un craso error del redactor. Yo nunca defendí a don José María, a mí me contrataron Roberto Hidalgo, Carlos Espinach y Bernardo Arce, el 29 de abril de 1991, sin que él me conociera. Lo hicieron para que fuera su apoderado para acusar a los que hicieron un panfleto donde le atribuían algunos delitos. El señor Figueres nunca figuró como imputado en ninguna causa por el caso Chemise.
Sugiere el periodista Murillo, acuerpado por la lupa de editores y el director del Semanario, que mi discurso de mano dura contra el crimen y la corrupción en la clase política es pura hablada. Se equivoca una vez más, pues basta que revisen mis 38 años de carrera intachable como abogado y mis discursos contra el gran mal que ha carcomido este país como la corrupción para que comprueben que siempre he ido de frente y he actuado contra este “cáncer” de la sociedad.
Oculta información el señor Murillo al afirmar que no atendí la solicitud de entrevista del Semanario, cuando a través de mi asesor en comunicación, el periodista Álvaro Sánchez, acepté la entrevista para que la hiciéramos el día jueves 30 de octubre del 2017, a las 8 a. m., en mi oficina, en San Pedro de Montes de Oca, sin embargo, el día anterior, el 29, él mismo me la canceló porque debía atender otros compromisos laborales.
Miente don Álvaro al reiterar que me negué a darle una entrevista. Estuve dispuesto a atenderlo, pero al posponer nuestra cita se complicó fijarla para otra fecha por mi agenda electoral tan apretada.
Hay imprecisiones en el escrito como cuando se cita que envié un contingente de policías armados a rodear el Congreso para presionar al entonces presidente del Congreso, Antonio Álvarez Desanti, cuando en realidad lo que hubo aquel 7 de diciembre de 1995 fue un desfile pacífico como parte de la semana de la Fuerza Pública hacia el Parque Nacional, donde se colocó una ofrenda floral en el Monumento Nacional.
Murillo no profundiza en mi salida del Ministerio de Justicia y se limita a decir que se dio porque “la suma de cuestionamientos lo hizo insostenible políticamente”. Falso. Yo renuncié a mi puesto porque había cumplido con la misión que me había encomendado don José María que era combatir la corrupción desde donde estuviera.
Sugiere el articulista que yo me empato con una parte del Poder Judicial, al que siempre he criticado por la forma oscura en la que se manejan muchos temas. Yo no me empato con nadie, ni hago tratos con nadie por debajo, ni le hago porras a nadie. Mi ética no se negocia con nadie, aunque Murillo quiera insinuar que yo me apunto al mismo relajo de unos cuantos corruptos o de una red de cuido político.
Mi verbo no es burlesco, ni fogoso, ni de doble sentido; mi verbo es franco, sincero, transparente y comulga con la ética en todos los ámbitos de la vida.
Murillo se basa en un escrito de La Nación para describir cómo celebré la condena contra el director y dos periodistas de ese diario que me injurió y dañó mi honor. Yo me alegré porque la verdad triunfó y no celebré la condena como quien gana un partido de fútbol o como quien va a un turno, para mí el honor va más allá de cualquier otra cosa y se debe tomar en serio.
La Nación mintió vilmente, me persiguió durante muchos años y hasta invadió mi intimidad. Yo nunca me dejé armas del Ministerio.
Eduardo Ulibarri me vuelve a difamar en la publicación al afirmar que mi querella contra La Nación tuvo dos caras, la mía y la del gobierno de Figueres, algo que traiciona la verdad y que revitaliza el título de uno de mis libros “Los Embusteros de la Mala Fe”. Yo nunca recibí el apoyo del gobierno para entablar mi demanda, lo hice a título personal y, como he reiterado repetidamente, para defender mi honor.
Ulibarri me retrata como un manipulador de medios, de periodistas, de la verdad. Siempre he mostrado mi respeto por las libertades de expresión y de prensa. Yo más bien fui víctima de la mala fe de don Eduardo, quien me instigó por muchos años.
Sin embargo, jamás podré aceptar que me pongan como un sinvergüenza, tal y como lo hizo la señora Amelia Rueda, su hijo Antonio Jiménez y la redactora del Semanario María Flórez-Estrada Pimentel, con la colaboración de Giannina Segnini, en varios artículos relacionados con el escándalo de los Panamá Papers.
Yo hice una nota de cuatro renglones para mis clientes de entonces Gerardo Ten Brink y Hermes Navarro diciendo que yo los había defendido en un caso que había sido sobreseído.
Me pidieron eso porque en Panamá les solicitaron que ese caso que estaba pendiente y había sido público estuviera terminado. En 75.000 documentos que se refieren a las empresas de Costa Rica, Juan Diego Castro salió en una nota que no está pidiendo que haga sociedades, que no dice nada ilegal, que es una manifestación ética y jurídicamente correcta y Amelia, su hijo Antonio, la tía del candidato a diputado por el Frente Amplio José María Villalta y la señora Segnini golpearon mi honor sin ningún motivo. Mandé mis derechos de respuesta al Semanario, a Amelia Rueda y ella se negó a publicar mi derecho de respuesta en su programa Nuestra voz.
Murillo resalta una intervención del señor Armando González Rodicio, director de La Nación, que me ataca y me señala como populista y sugiere que soy un Trump, nada más alejado de la realidad. Yo nunca he buscado, ni buscaré hacerme la víctima con nadie y menos con los que me critican. Tampoco busco una confrontación con La Nación, al contrario el periódico La Nación es el que se incomoda con mis posiciones en cuanto a la visión que tengo del país. Sus intereses económicos se verán claramente afectados cuando llegue a la silla presidencial, pues les beneficia más que gane don Antonio, concuño de Manuel Francisco Lico Jiménez Echeverría, dueño del Grupo Nación.
El periodista del Semanario confunde un cuestionamiento dirigido al presidente del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) con un ataque directo a la imagen de esa institución a la que le tengo un profundo respeto y en la que deposito mi entera confianza. No así con el señor Sobrado, quien se ha hecho de la vista gorda ante toda la campaña sucia que el Partido Liberación Nacional (PLN) ha orquestado en mi contra y les ha permitido hacer lo que les da la gana.
Yo no confío en los partidos añejos de este país como Liberación, en el que internamente hubo un chorreo comprobado en sus pasados comicios internos y temo que eso se vuelva a presentar en las urnas el próximo 4 de febrero.
Álvaro se confunde al sugerir que yo he utilizado a canal 7 como una plataforma para darme a conocer en la opinión pública de este país. Siempre he compartido mi criterio en temas jurídicos y de interés nacional con cuanto medio me lo solicite, yo no tengo exclusividad con ninguno. Y si su insinuación se debe porque soy abogado del canal lo desmiento de inmediato. Soy un hombre que se rige por los valores éticos más altos y nunca traicionaría mi profesionalismo.
En el artículo se menciona a medias mi adhesión al exprecandidato Johnny Araya en el 2009, pues el redactor omite dar las razones. Yo le di mi adhesión al señor Araya para evitar que nuestro país cayera en las manos de doña Laura Chinchilla. Finalmente ella fue presidenta y todos nos dimos cuenta lo que pasó, se nos vino una ola encima de chorizos y escándalos de corrupción como la trocha que golpearon a la nación.
Murillo cita una declaración del periodista David Delgado, quien me difama descaradamente. Yo nunca he perseguido, ni me he burlado, ni mucho menos he acosado al señor Delgado, asesor personal del viceministro de Justicia, Marco Feoli, quien abiertamente ha mostrado su antipatía hacia mí solo porque pensamos diferente sobre la forma en que se debe atender el problema carcelario del país. Yo no tengo ningún pensamiento punitivista, como lo han profesado desde el inicio de la campaña electoral distintos miembros de los medios universitarios. Soy un creyente del respeto a los derechos humanos, pero también consciente que quien comete un delito debe ser castigado con cárcel.(…)


