Carlos Albán de la Merced Villalobos Ulate

Nunca pudo superar las taras y mañas llorentinas

Nunca pudo entender mi posición cristalina y franca

Carlos Albán de la Merced Villalobos Ulate vivió en La Nación los años dorados en que ese periódico me persiguió sin piedad y sin respiro, en aquellos convulsos años a finales del siglo XX. Fue otro de los reclutados que cubrían el “caso chemise” en 1992 y 1993, hacía sus primeros pininos en el Canal 19, como Marta Irene Vizcaíno en el Canal 13.

Desde que fui el apoderado querellante de  José María Figueres Olsen, quien un año después sería Presidente de la República, el diario llorentino puso la mirada en mí, por solo el hecho de que había obrado el milagro de sacar de las fauces de la calumnia y de la infamia al futuro mandatario.

La operación en su contra la habían urdido con base en un libro denominado ¿Quién mató a Chemise? con el único afán de cargarle ese muerto a Figueres Olsen y cuando aparecí con una forma de actuar que rompía los moldes tradicionales ni La Nación ni los adversarios podían aceptar mi proceder, que luego se remarcaría cuando fui nombrado Ministro de Seguridad, primero, y luego de Justicia.

La Nación y el finado Lafitte pretendían exprimir al máximo el caso para sacarle partida desde el punto de vista publicitario-económico, pero sobre todo desde la óptica ideológica: era la posibilidad de darle un mazazo al hijo de su antiguo enemigo: José Figueres Ferrer. Lo que no tenía en el panorama el diario es que los cálculos le fallarían y yo fui uno de los que contribuí para que Figueres Olsen saliera adelante en el juicio contra los hermanos Romero.

Esos años en que La Nación escarbaba y escarbaba  hasta los más mínimos detalles con el fin de destruir mi honorabilidad, los vivió en su propia piel Carlos Albán de la Merced Villalobos Ulate y fue testigo de cómo el ensañamiento de un medio contra un ciudadano puede traerle consecuencias serias a ese ciudadano, pero también al medio que de manera irresponsable procede de esa forma.

La condena del 9 de marzo de 1998 a La Nación y a sus periodistas Eduardo René Ulibarri Bilbao (su director); a José David Guevara y a Ronald Moya, reporteros, terminó por reafirmar la persecución en mi contray eso hizo que a lo largo de muchos años y hasta el día de hoy, dicho medio tuviera un afán acusador y supositivo contra mí y máxime en tiempos en que yo figuraba como candidato presidencial.

Y parte de esa acumulación de resentimientos la ha cargado y ejercido Carlos Albán de la Merced Villalobos Ulate, tanto cuando estaba en La Nación e incluso cuando tiempo después dejó el citado diario. En ese debate, donde llegó toda la pandilla de La Nación en 1998, Villalobos fue un airado testigo, lo recuerdo abotagado narrando su ira cuando escuchaba la máquina contestadora de mi pequeño bufete, recién salido del gobierno, bufaba y con la voz entrecortada dijo: “se escuchaba la voz de Juan Diego que decía si usted de la jauría de La Nación, no ladré aquí”…

Su fobia psicopática, es añeja. El 25 de julio de 1997, cuando renuncié como ministro, en la iglesia de Santa Cruz, al concluir el Consejo de Gobierno, con los ministros presentes y el entonces Presidente de la República, José María Figueres Olsen, Carlos Albán de la Merced no podía creer tan esperada noticia para La Nación, periódico que la llevaba esperando tres años con sus días, sus horas y sus segundos.

El periodista no reaccionó del todo bien y es ya clásica la anécdota que al preguntarle al Ministro de Salud, el doctor Herman Weinstock de por qué yo me iba del gobierno, el funcionario le respondió: “Muchacho, porque renunció”. Las carcajadas sonaron como un canto gregoriano en el aquel bello templo de coloridos y luminosos vitrales con las divinas manos del Maestro Jesús.  Ni eso pudo respetar ese todavía, aprendiz de reportero.

Ni Carlos Albán de la Merced Villalobos Ulate ni el resto de La Nación comprendieron mi salida, porque era uno de los ministros más activos.

Vinieron, entonces, los ataques y seis páginas de bazofia, tinta y papel. Así fue como el periódico llorentino lamentó en un editorial que la salida se había producido muy tarde. ¿Muy tarde para quién? ¿Para La Nación? Es probable, porque un medio que se dedicó a buscar los más mínimos de detalles para atacarme y que quebrantó la línea que ningún periódico responsable cruza, mi presencia era una piedra en el zapato.

No solo en ese momento Villalobos Ulate estaba estupefacto por la noticia que lo había sorprendido en el sopor de Santa Cruz de Guanacaste, sino que jefe de pelotón, Armando Mayorga, incluso me dedicó una columna intitulada: “¿A dónde va don Juan Diego?“

Estaban desesperados porque temían que el liderazgo ejercido por mí en esos tres años, se tradujera en una postulación para una diputación y para La Nación era todavía peor, pensar en la posibilidad de que se diera una candidatura a la presidencia de mi parte.

No se produjo ni una cosa ni la otra, porque regresé a mi actividad profesional y a levantar mi bufete, prácticamente desde cero y para ello hube de trabajar muy fuerte, con una entrega y una profesionalidad que 23 años después se refleja en nuestra consolidación y en una enorme credibilidad por parte de la sociedad costarricense, a pesar de la psicopática prensa canalla.

Al tiempo que me concentraba en mi quehacer profesional fui descubriendo que Costa Rica necesitaba una voz diferente, una propuesta distinta y un liderazgo fuerte y comprometido con los mejores valores de la patria de José María Castro Madriz, Tomás Guardia, Braulio Carrillo y José Figueres Ferrer, entre otros, y por eso opté por presentar mi nombre en las elecciones presidenciales de febrero de 2018.

Esto volvió a desatar la ira, el enfado, el prejuicio, la gula, y las manías psicopáticas del periódico La Nación, que alimentado por ese falso orgullo de la burguesía considera que la verdad le pertenece, lo que desde su punto de vista les da pie para hacer lo que les venga en gana, sin importar ningún rigor periodístico.

Cuando ello sucedió, se dio, de nuevo, ese ataque focalizado contra mis aspiraciones y mis legítimos derechos.  Para entonces, el periodista Carlos Albán de la Merced Villalobos Ulate trabajaba ya en CR89.1 con su amiga Gilda González. Nunca se dijo por que salieron de las alcantarillas llorentinas.

En ese mini espacio radiofónico tampoco se abrieron las puertas para que yo expresara mis puntos de vista sobre mi candidatura y el acontecer de la política, por el contrario, esas puertas siempre estuvieron cerradas.

De esta manera, cuando salieron los Papeles de Panamá y se trató de vincularme con el tema, la citada radio se hizo eco de esa situación sin comprobar la veracidad de los hechos.

Hoy Carlos Albán de la Merced participa de La Lupa y desde ahí continúa un periodismo vinculado a la escuela de La Nación, la que se a su vez mantiene esa cercanía con el Instituto de Prensa y Libertad de Expresión (Iplex), donde Eduardo René Ulibarri Bilbao es uno de sus principales gestores y ahora enlaza también con Punto y Aparte, a cargo de su excompañera en La Nación, Yanancy Noguera.

No se diferencia en nada Villalobos Ulate de lo que hacen sus colegas en ese círculo al que pertenecen, porque se nutren de la prepotencia, del prejuicio, y de la creencia de que son los dueños de la prensa canalla en Costa Rica, sin querer percatarse que son simples peones, desechables como siempre ha sido.