Ernesto Rivera Casasola

A la orden del rector Jensen y al servicio del PAC. Dirigió el vil ataque del “semenario perversidad” en mi contra. Lo echaron de la UCR… bueno… no lo reeligieron... Ahora “dirige” el pro PAC Canal 13, puesto por Carlos Alvarado.

Perversidad ética, peculado periodístico y piratería politiquera

El periodista español y exdirector de Le monde diplomatique, Ignacio Ramonet, lo dijo con  una demoledora claridad: “en América Latina, los medios masivos de comunicación quieren sustituir a los partidos políticos y asumir ese lugar para seguir defendiendo los intereses de la oligarquía”.

Lo sorprendente en el caso que se analiza en este artículo es cómo un medio de comunicación que surgió con el afán de romper la uniformidad informativa que ya prevalecía a inicios de los años setenta en Costa Rica, a la vuelta de medio siglo terminó alineado con la prensa comercial.

El caso se explica porque en el ajedrez mediático supieron ubicar de forma estratégica al periodista Ernesto Rivera Casasola, con un pasado en La Nación, de donde lo sacaron por la puerta de atrás a pesar de que en su momento fue el coordinador de la sección de investigación.

Con la llegada de Mauricio Herrera a la dirección del Semanario Universidad, puesto ahí por un grupo afín al Partido Acción Ciudadana (PAC), se dio la opción de que Ernesto Rivera Casasola pasara de un periódico de derecha, como lo es La Nación, a uno más cercano de la izquierda, y siempre del lado de las causas sociales más loables y alejado de los juegos de los partidos políticos tradicionales.

Con la salida de Herrera para ser Ministro de Comunicación del Presidente Luis Guillermo Solís, Ernesto Rivera Casasola ocupó el puesto de su amigo y esa pequeña cadena de “coincidencias” permitió que durante la campaña electoral de 2018, en agradecimiento al puesto heredado”, el Semanario Universidad se volviera un bastión del PAC durante la contienda.

Así es como se explica el por qué este medio, pagado con los impuestos de los costarricenses, se plegó a la prensa canalla y se convirtió en un medio manipulador de una realidad con el fin de favorecer los intereses políticos de terceros.

El gran responsable de que el Semanario Universidad ondeara la bandera del PAC y de que quedara tan evidenciado de esa manera fue Ernesto Rivera Casasola.

Un ejemplo de lo sucedido, y que en su momento despertó un gran debate e hizo que las fuerzas corruptas y conservadoras arremetieran contra él, fue cuando uno de sus directores más emblemáticos, como lo fue Carlos Morales Castro, quien lo dirigió durante más de 20 años, dijo públicamente en una entrevista que “El Semanario Universidad había tenido momentos muy desagradables de servilismo con el PAC”.

La realidad de los  hechos no deja lugar a dudas y un análisis del tratamiento que recibí durante la campaña electoral esclarece los oscuros intereses que respaldó Ernesto Rivera Casasola cuando estuvo a cargo del Semanario Universidad.

“Juan Diego Castro: el temor y la furia (6 de diciembre de 2017); “Juan Diego Castro responde con insultos a consulta de Universidad” (11 de enero 2018); “Juan Diego Castro y Sara Castellón, ¿nepotismo o coincidencia?” (15 de enero de 2018); “Presidente del TSE ve peligroso responder críticas” (12 de enero de 2018); “Ambientalistas encienden alertas por declaraciones de Juan Diego Castro” (16 de enero de 2018); “Ecoterrorismo y apología de la violencia” (17 de enero de 2018); “TSE da tres días a Juan Diego Castro para informar sobre bloqueo a usuario en Twitter” (23 de enero de 2018); “Juan Diego Castro propone romper la barrera de bachillerato en el INA, pero ¿existe esa barrera? Engañoso” (1 de febrero de 2018); “Juan Diego Castro a UNIVERSIDAD: es un disgusto conocerlo” (4 de febrero de 2018).

A esta muestra de titulares que, como se observa, tenían como fin desacreditar, , vilipendiar y afectar mi candidatura, al tiempo que dicho medio público, financiado con el dinero de los costarricenses, hacía malabares para subirle la imagen al entonces aspirante del PAC, Carlos Alvarado.

El gran responsable de ese tratamiento desequilibrado de la información. De ese tratamiento basado en prejuicios. De ese tratamiento de quien procede como si fuera el poseedor de la verdad. De ese anti periodismo denunciado por mí: fue Ernesto Rivera Casasola, a quien luego las autoridades universitarias echaron del Semanario Universidad dándole una patada a su inmenso ego, para traer a la anterior directora Laura Martínez.

Todo el hacer de Ernesto Rivera Casasola y sus periodistas estrellas o huecos negros (astronomía): Álvaro Murillo, Hulda Miranda, Daniel Salazar y Luis Fernando Cascante (estos dos últimos ya no pertenecen al Semanario Universidad) se basaba en la escuela de La Nación.

De esa manera, el Semanario Universidad, que otrora fuera un periódico con prestigio, serio, con equilibrio informativo y dedicado al análisis profundo de la realidad costarricense, fue dejado de lado para dar paso al periodismo especulativo, supositivo, desequilibrado, parcializado y remando a favor de los grandes intereses de los partidos políticos, en concreto del Partido Acción Ciudadana.

Durante la campaña electoral de 2018, el Semanario Universidad abandonó sus más nobles postulados que lo ubicaron como un periódico serio y meritorio, para convertirse en un pasquín más de la prensa comercial.

De haber sido un medio financiado con capital privado hubiese seguido faltando a la ética y a la deontología de servicio público que ha de asistir a cualquier medio de comunicación de masas, pero al estar respaldado económicamente por la Universidad de Costa Rica (UCR),–la cual se sostiene gracias a los impuestos que pagan los costarricenses– el pecado cometido era doble.

Ni Ernesto Rivera Casasola, ni sus patrones directos de la UCR ni sus secuaces querían atender el clamor de los lectores, que veían cómo el medio al que habían pasado suscritos y seguían durante tantos años, experimentaba una metamorfosis negativa para abrazar los mismos trucos, las mismas artimañas y las mismas posturas de la prensa comercial que servía directamente a los intereses de la clase política dominante.

Tenían razón quienes afirmaron que el Semanario Universidad había abrazado sin rubor la bandera del PAC, al que ofrendaba un servilismo repugnante para sus lectores más fieles.

Mientras servía de alfombra al partido en el gobierno, el Semanario Universidad me atacaba sin misericordia y sin importarle que atropellara para ello los principios básicos del periodismo serio.

¿Por qué esa “Furia y el temor del Semanario Universidad”? En el artículo de respuesta a la noticia elaborada por Álvaro Murillo (Juan Diego Castro: el temor y la furia), en el que Álvaro Enrique Murillo ni siquiera fue original en su abordaje, deconstruí una a una las piezas del pseudoperiodismo de Murillo y evidencié cómo, en efecto, el Semanario Universidad se había convertido en una sucursal de La Nación y en un eco del hoy desgastado PAC.

En eso lo transformó Ernesto Rivera Casasola, quien debido a los buenos servicios que prestó con su servilismo demostrado al Partido Acción Ciudadana, una vez que no le renovaron el contrato en el Semanario Universidad, a las dos semanas fue reclutado por el Canal 13 estatal, en un hecho irrefutable de que el PAC le estaba más que agradecido.
Pese a que la conexión PAC era evidente desde que asumió la dirección del Semanario Universidad en 2016, tras su salida inesperada y anticipada, y su llegada a Canal 13, dejan absolutamente claro que el periodismo en Costa Rica se compra con recompensas.

Con el paso del tiempo resulta irrisorio comprobar cómo ese mismo “director” que avaló la infundada nota: “Juan Diego Castro y Sara Castellón: ¿nepotismo o coincidencia”, de su entonces discípula Hulda Miranda, tenía que salir a estirar la mano para que el PAC le tendiera una opción de trabajo.

¡Qué triste debe ser comprobar que las piedras que un día lanzaron sin fundamento, ahora se les devolvían y le caían en su frágil techo de vidrio, y que la realidad lo exhibía con sus límites y sus miserias, porque Ernesto Rivera Casasola tuvo que correr a agarrarse de la balsa de salvación que le lanzaba el PAC, en medio de la consternación de tener que haber salido del Semanario Universidad cuatro años antes de lo que tenía previsto!

“Por sus frutos los conoceréis”: la frase en vigencia desde tiempos de Jesucristo le caía a Ernesto Rivera Casasola como lápida demoledora que lo dejaba en medio del océano, sin que esta vez pudiera auxiliarlo su mentor Eduardo Ulibarri Bilbao y sus conexiones con el poder, al que aprendió a servir como un típico “yes man”.

No se equivocaba ni un ápice el periodista Ignacio Ramonet cuando aseguraba que los medios en América Latina están al servicio del poder político y sus oligarquías, y Ernesto Rivera Casasola hizo que el Semanario Universidad dejara de ser un periódico digno para convertirlo en uno más del montón que respondía solícito a la llamada del poder.

Entonces, como ritual sublime, venía su mansa genuflexión tras estirar la mano para que lo auxiliara el PAC, al que con tanto ahínco Ernesto Rivera Casasola sirvió en el Semanario Universidad.

La caída de Ernesto Rivera del Semanario Universidad

Pese a las numerosas presiones externas el Consejo Universitario, en una determinación que hizo valer su autonomía, decidió no prorrogarle el contrato a Ernesto Rivera Casasola como director del Semanario Universidad, y en su lugar nombró a la periodista Laura Martínez, con lo cual se le cayó el castillo de naipes que el periodista había creado alrededor de un periódico con financiación pública y en el que la agenda estaba marcada para favorecer al Partido Acción Ciudadana (PAC).

Uno de los momentos más notables de dicha situación se presentó durante la campaña electoral de 2017-2018, en la que se hizo absolutamente notorio cómo todos los recursos del Semanario  Universidad estaban al servicio del PAC, lo que no solo contravenía los más elementales principios éticos que debe tener un medio, sino que también violentaba la razón de ser del Semanario, que aunque es financiado directamente por la Universidad de Costa Rica, en realidad debe su existencia a los impuestos que pagamos todos los costarricenses.

El perfil, por citar solo un elemento de los muchos que ensuciaron la campaña electoral en mi contra, escrito por Álvaro Murillo, fue una muestra de ese periodismo parcializado y malintencionado, característico del diario La Nación, al que durante la dirección de Ernesto Rivera Casasola el Semanario se pareció cada vez más, hasta convertirse en un pequeño clon del diario llorentino.

Baste una frase de ese reportaje titulado “Juan Diego Castro, el temor y la furia” para darse cuenta de que más que un reportaje, al mejor estilo de los grandes periodistas estadounidenses del New Journalism, que con total desacierto y con pobres recursos estilísticos  Murillo intentaba imitar, para percatarse de la enorme carga subjetiva con la cual se escribía contra mi persona y mi candidatura.

“Es un personaje polémico y temido por algunos, pero aplaudido por un grupo de electores que conecta con su discurso incendiario de mano dura contra el crimen y contra la corrupción en la clase política de la que él intenta distanciarse, al menos de palabra”.

Para empezar me despojaba, en solo este párrafo, que insisto, cito solo para ilustrar el decadente periodismo que Murillo practica en Universidad, auspiciado por Rivera Casasola, de mi condición de ser  humano y me transformaba en “un personaje”.

Acto seguido me endilgaba el adjetivo de polémico, con lo cual cualquier lector desprevenido estaba en presencia de un ser inaceptable, que iría transformándose en un monstruo según lo iba pintando el periodista Murillo.

Para que no quedase duda de mi propuesta electoral, esta era calificada como “un discurso incendiario”. Ven cómo con el idioma se puede manipular de una forma despiadada.

Y para descalificarme aún más, ponía en tela de duda mi postura ética, honrada y distante de la clase política corrupta: “contra la corrupción de la clase política de la que él intenta distanciarse, al menos de palabra”.

El uso del verbo intentar, manipulado como en este caso se convierte en descalificador y al final remata la frase con que quizá mi distanciamiento solo fuera de palabra, pero nada más. Es decir, que me ponía al mismo nivel de los corruptos.

Le repliqué con una amplia página intitulada “La furia y el temor del Semanario Universidad” y les puntualizaba: “Le aclaro al periodista Murillo y a la cuadrilla de escribientes de ese semanario que mi vida no ha estado marcada por el conflicto, sino por una lucha incansable en la defensa de mi honor a como dé lugar, por un esfuerzo y sacrificio en mis labores diarias para sacar adelante a mi familia, a mis ocho hijos y a mis cuatro nietos”.

Ese era el tipo de periodismo que respaldaba Ernesto Casasola con recursos públicos en el Semanario Universidad.

Por eso extraña que no acepten el hecho de que no le hayan renovado el contrato: era una potestad del Consejo Universitario. Punto final.

Ernesto Rivera Casasola no era ni es el adalid de la prensa independiente, imparcial, honrada, equilibrada y al servicio del bienestar público. No, su proyecto está anclado en los valores de La Nación, donde no solo trabajó muchos años, sino que con ese periódico comulga en el arte de mentir, en el arte de tomar un hecho y deformarlo hasta tal punto de que todo lo que se diga a su alrededor parezca verídico.

La vieja escuela de La Nación, apoyada por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), por el Instituto de Prensa y Libertad de Expresión (IPLEX), guiado por Eduardo René Ulibarri Bilbao, por Punto y Aparte, y por un grupo de blogueros que lamen y aplauden a aquellos para ver cómo obtienen alguna ventaja publicitaria para seguir subsistiendo.

Con todo lo anterior, queda hiperclaro que el Semanario abandonó los principios que lo hicieron un verdadero periódico independiente, como lo había planteado Manuel Formoso, quien fuera su primer director.

Y ya lo dice con una sabiduría sin par el viejo adagio: quien a hierro mata, a hierro muere, y Ernesto Rivera Casasola, con el afán de servir a sus mentores de La Nación y de la derecha de este país, se puso la camiseta del PAC y así llevó al Semanario Universidad a un callejón sin salida, que hizo que muchos de sus suscriptores se retiraran, cansados de ese periodismo parcializado y servil. 

Pierde el PAC el generoso servicio que por cinco años le prestó Ernesto Casasola y su séquito de servirles, a quienes habrá que seguir de cerca, porque su próxima víctima puede ser la propia Laura Martínez, a quien pueden, con todo ese entramado de la derecha y del periodismo entrenado para mentir, hostigar como suele hacerlo ese grupillo poco ético y manipulador: al mejor estilo de los topos que se mueve bajo tierra y entre sombras.

La caída de Ernesto Rivera Casasola merece un brindis. Un brindis por la democracia. Un brindis porque el periodismo de los embusteros de la mala fe han perdido otra batalla.

Derecho de respuesta, exigido a Ernesto Rivera Casasola, entonces Director del Semenario Universidad (perversidad).

Juan Diego Castro Fernández al tenor de las normas que protegen el derecho de respuesta previstas por la Constitución Política y la ley de la Jurisdicción Constitucional expresa que solicita la publicación del siguiente comentario en ese periódico, tanto en su edición impresa como en la digital dentro del plazo de ley:

La noticia publicada hoy miércoles 6 de diciembre del 2017 en la versión impresa, con extensión de cuatro páginas, y digital del semanario que usted dirige titulada “Juan Diego Castro, el temor y la furia”, redactada por el escribiente Álvaro Murillo es tendenciosa, imprecisa, malintencionada y difamatoria.

LA FURIA Y EL TEMOR DEL SEMANARIO UNIVERSIDAD

El reportaje en el que elaboran un perfil mío y cuya autoría es de un periodista que abiertamente se ha expresado en contra de este servidor cuantas veces ha querido a través de la plataforma Twitter carece completamente de los principios éticos del periodismo y falta a la verdad.

Es la lamentable reconfirmación de la posición sesgada y frontal que han adoptado hacia mí los medios de la Universidad de Costa Rica desde hace semanas, por cierto, medios que financiamos todos los costarricenses con nuestros tributos.

La primera muestra del ataque feroz de los medios de la Alma Máter se dio semanas atrás en un programa difundido en el canal 15 de la UCR llamado “La prensa detrás del ‘cementazo'” y en el que el director, Marlon Mora, le dio rienda suelta a su posición subjetiva hacia mí en compañía de un señor llamado Diego Delfino, quien me difamó abiertamente al decir que yo había orquestado todo un complot en su contra y hasta me involucró con personajes que están directamente relacionados con el escándalo corrupto del cementazo, del que no tengo nada que ver.

Quisiera comprender la furia y el temor del Semanario Universidad, del señor Murillo y del canal 15  por mi candidatura presidencial, mi primer lugar en las encuestas, mi trabajo honesto en esta campaña en la que han arreciado los ataques viles y oscuros hacia mí y he llegado a una conclusión: es ampliamente sabido que la influencia del presidente Luis Guillermo Solís y del Partido Acción Ciudadana  (PAC) en estos medios y en quienes trabajan allí atenta contra cualquier independencia editorial.

Le aclaro al señor Murillo y a la cuadrilla de escribientes del Semanario que mi vida no ha estado marcada por el conflicto, sino por una lucha incansable en la defensa de mi honor a como dé lugar, por un esfuerzo y sacrificio en mis labores diarias para sacar adelante a mi familia, a mis ocho hijos y a mis cuatro nietos.

En el artículo se refieren a mí como el defensor del expresidente José María Figueres, un craso error del redactor. Yo nunca defendí a don José María, a mí me contrataron Roberto Hidalgo, Carlos Espinach y Bernardo Arce, el 29 de abril de 1991, sin que él me conociera. Lo hicieron para que fuera su apoderado para acusar a los que hicieron un panfleto donde le atribuían algunos delitos. El señor Figueres nunca figuró como imputado en ninguna causa por el caso Chemise.

Sugiere el periodista Murillo, acuerpado por la lupa de editores y el director del Semanario, que mi discurso de mano dura contra el crimen y la corrupción en la clase política es pura hablada. Se equivoca una vez más, pues basta que revisen mis 38 años de carrera intachable como abogado y mis discursos contra el gran mal que ha carcomido este país como la corrupción para que comprueben que siempre he ido de frente y he actuado contra este “cáncer” de la sociedad.

Oculta información el señor Murillo al afirmar que no atendí la solicitud de entrevista del Semanario, cuando a través de mi asesor en comunicación, el periodista Álvaro Sánchez, acepté la entrevista para que la hiciéramos el día jueves 30 de octubre del 2017, a las 8 a. m., en mi oficina, en San Pedro de Montes de Oca, sin embargo, el día anterior, el 29, él mismo me la canceló porque debía atender otros compromisos laborales.

Miente don Álvaro al reiterar que me negué a darle una entrevista. Estuve dispuesto a atenderlo, pero al posponer nuestra cita se complicó fijarla para otra fecha por mi agenda electoral tan apretada.

Hay imprecisiones en el escrito como cuando se cita que envié un contingente de policías armados a rodear el Congreso para presionar al entonces presidente del Congreso, Antonio Álvarez Desanti, cuando en realidad lo que hubo aquel 7 de diciembre de 1995 fue un desfile pacífico como parte de la semana de la Fuerza Pública hacia el Parque Nacional, donde se colocó una ofrenda floral en el Monumento Nacional.

Murillo no profundiza en mi salida del Ministerio de Justicia y se limita a decir que se dio porque “la suma de cuestionamientos lo hizo insostenible políticamente”. Falso. Yo renuncié a mi puesto porque había cumplido con la misión que me había encomendado don José María que era combatir la corrupción desde donde estuviera.

Sugiere el articulista que yo me empato con una parte del Poder Judicial, al que siempre he criticado por la forma oscura en la que se manejan muchos temas. Yo no me empato con nadie, ni hago tratos con nadie por debajo, ni le hago porras a nadie. Mi ética no se negocia con nadie, aunque Murillo quiera insinuar que yo me apunto al mismo relajo de unos cuantos corruptos o de una red de cuido político.

Mi verbo no es burlesco, ni fogoso, ni de doble sentido; mi verbo es franco, sincero, transparente y comulga con la ética en todos los ámbitos de la vida.

Murillo se basa en un escrito de La Nación para describir cómo celebré la condena contra el director y dos periodistas de ese diario que me injurió y dañó mi honor. Yo me alegré porque la verdad triunfó y no celebré la condena como quien gana un partido de fútbol o como quien va a un turno, para mí el honor va más allá de cualquier otra cosa y se debe tomar en serio.

La Nación mintió vilmente, me persiguió durante muchos años y hasta invadió mi intimidad. Yo nunca me dejé armas del Ministerio.

Eduardo Ulibarri me vuelve a difamar en la publicación al afirmar que mi querella contra La Nación tuvo dos caras, la mía y la del gobierno de Figueres, algo que traiciona la verdad y que revitaliza el título de uno de mis libros “Los Embusteros de la Mala Fe”. Yo nunca recibí el apoyo del gobierno para entablar mi demanda, lo hice a título personal y, como he reiterado repetidamente, para defender mi honor.

Ulibarri me retrata como un manipulador de medios, de periodistas, de la verdad. Siempre he mostrado mi respeto por las libertades de expresión y de prensa. Yo más bien fui víctima de la mala fe de don Eduardo, quien me instigó por muchos años.

Sin embargo, jamás podré aceptar que me pongan como un sinvergüenza, tal y como lo hizo la señora Amelia Rueda, su hijo Antonio Jiménez y la redactora del Semanario María Flórez-Estrada Pimentel, con la colaboración de Giannina Segnini, en varios artículos relacionados con el escándalo de los Panamá Papers.

Yo hice una nota de cuatro renglones para mis clientes de entonces Gerardo Ten Brink y Hermes Navarro diciendo que yo los había defendido en un caso que había sido sobreseído.

Me pidieron eso porque en Panamá les solicitaron que ese caso que estaba pendiente y había sido público estuviera terminado. En 75.000 documentos que se refieren a las empresas de Costa Rica, Juan Diego Castro salió en una nota que no está pidiendo que haga sociedades, que no dice nada ilegal, que es una manifestación ética y jurídicamente correcta y Amelia, su hijo Antonio, la tía del candidato a diputado por el Frente Amplio José María Villalta y la señora Segnini golpearon mi honor sin ningún motivo. Mandé mis derechos de respuesta al Semanario, a Amelia Rueda y ella se negó a publicar mi derecho de respuesta en su programa Nuestra voz.

Murillo resalta una intervención del señor Armando González Rodicio, director de La Nación, que me ataca y me señala como populista y sugiere que soy un Trump, nada más alejado de la realidad. Yo nunca he buscado, ni buscaré hacerme la víctima con nadie y menos con los que me critican. Tampoco busco una confrontación con La Nación, al contrario el periódico La Nación es el que se incomoda con mis posiciones en cuanto a la visión que tengo del país. Sus intereses económicos se verán claramente afectados cuando llegue a la silla presidencial, pues les beneficia más que gane don Antonio, concuño de Manuel Jiménez Echeverría, dueño del Grupo Nación.

El periodista del Semanario confunde un cuestionamiento dirigido al presidente del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) con un ataque directo a la imagen de esa institución a la que le tengo un profundo respeto y en la que deposito mi entera confianza. No así con el señor Sobrado, quien se ha hecho de la vista gorda ante toda la campaña sucia que el Partido Liberación Nacional (PLN) ha orquestado en mi contra y les ha permitido hacer lo que les da la gana.

Yo no confío en los partidos añejos de este país como Liberación, en el que internamente hubo un chorreo comprobado en sus pasados comicios internos y temo que eso se vuelva a presentar en las urnas el próximo 4 de febrero.

Don Álvaro se confunde al sugerir que yo he utilizado a canal 7 como una plataforma para darme a conocer en la opinión pública de este país. Siempre he compartido mi criterio en temas jurídicos y de interés nacional con cuanto medio me lo solicite, yo no tengo exclusividad con ninguno. Y si su insinuación se debe porque soy abogado del canal lo desmiento de inmediato. Soy un hombre que se rige por los valores éticos más altos y nunca traicionaría mi profesionalismo.

En el artículo se menciona a medias mi adhesión al exprecandidato Johnny Araya en el 2009, pues el redactor omite dar las razones. Yo le di mi adhesión al señor Araya para evitar que nuestro país cayera en las manos de doña Laura Chinchilla. Finalmente ella fue presidenta y todos nos dimos cuenta lo que pasó, se nos vino una ola encima de chorizos y escándalos de corrupción como la trocha que golpearon a la nación.

Murillo cita una declaración del periodista David Delgado, quien me difama descaradamente. Yo nunca he perseguido, ni me he burlado, ni mucho menos he acosado al señor Delgado, asesor personal del viceministro de Justicia, Marco Feoli, quien abiertamente ha mostrado su antipatía hacia mí solo porque pensamos diferente sobre la forma en que se debe atender el problema carcelario del país. Yo no tengo ningún pensamiento punitivista, como lo han profesado desde el inicio de la campaña electoral distintos miembros de los medios universitarios. Soy un creyente del respeto a los derechos humanos, pero también consciente que quien comete un delito debe ser castigado con cárcel.