¡A pesar de sus insultos y vilezas … al final lo echaron!
José David Guevara Muñoz, director de El Financiero, es el ejemplo perfecto del “escritor frustrado” y de un periodista condenado. Bien condenado.
Cumple a cabalidad ambas facetas y se diría que incluso con orgullo, porque ha sabido llevar ese peso a lo largo de los años, desde que trabajaba en La Nación, época en la que fue condenado por injuriarme en 1997. En ese triste y lamentable caso, el más oscuro del diario llorentino, lo acompañaron Eduardo René Ulibarri Bilbao, entonces director de ese medio (hoy directivo de Aldesa) y Ronald Moya Chacón.
José David Guevara Muñoz siempre ha querido ser escritor y esa frustración la ha demostrado tratando de escribir diferente, para caer en una pobreza de textos que lo han exhibido a lo largo de los años, a tal punto que un reconocido periodista costarricense llegó a decir de uno de sus artículos en Viva, que era la flor y esencia del “corronguismo”.
Este escritor frustrado se presenta como la bandera de ese periodismo superficial, soso, bobo, y torpe, cuando en verdad aspiraba a todo lo contrario, es decir, a sobresalir por su escritura.
Y así ha discurrido su vida por La Nación y posteriormente en El Financiero. Lo cual quiere decir, de entrada, que José David Guevara Muñoz fue creado, “ensamblado” y proyectado en ese grupo en el que informar y poner en perspectiva los temas de relevancia nacional no son la prioridad, sino que lo que les interesa es propagar a los cuatro vientos sus verdades, lo que a su vez traducido a buen castellano significa que difunden sus mentiras, con el solo afán de fortalecer una visión ideológica en la que quien no piense como ellos se expone a ser atacado desde frentes impensables, como han hecho a lo largo de tres décadas conmigo.
La campaña electoral de 2018 fue una muestra contundente de cómo el periódico La Nación se ensañó contra mí, por prejuicios y suposiciones alejadas por completo de la realidad. Ya antes dicho medio presentaba antecedentes que vale recordar.
De esta manera, en el caso en el que José David Guevara Muñoz fue condenado, junto con los dos periodistas aquí citados, mediante la sentencia 111-98 por el Tribunal Penal de Juicio del Segundo Circuito Judicial de San José, el 9 de marzo de 1998, se me atribuyeron anomalías y falsedades que no tenían ningún asidero real en relación con la devolución de unas armas que pertenecían y manejaba el cuerpo de policías que me protegían.
Por haber publicado información injuriosa fue condenado José David Guevara Muñoz, quien se unió a ese amplio grupo de periodistas que a lo largo de casi tres décadas ha buscado afectar, denigrar y mentir en relación con mi quehacer.
La historia de este medio contra mí daría para escribir varios tomos, porque es una posición en la que hurgan incluso donde no hay nada, solo con el fin de tratar de vincularme con situaciones anómalas, y como no las hay, entonces recurren a los vericuetos informativos y a las matráfulas para ensuciar mi imagen.
Y a lo largo de todo este tiempo, José David Guevara Muñoz seguió siendo fiel discípulo de Eduardo René Ulibarri Bilbao, quien si bien hace ya sus años dejó la dirección de La Nación, mantiene sus tentáculos y una influencia en un grupo de periodistas que le deben lealtad.
A su vez, en grupos que funcionan como satélites de La Nación, como son el Instituto de Prensa y Libertad de Expresión (IPLEX), comandado precisamente por Eduardo René Ulibarri Bilbao, y Punto y Aparte, donde está ubicada la exjefe de José David Guevara Muñoz, Yanancy Noguera.
Estos grupos, por su parte, cuentan con el auxilio espiritual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que representa a ese grupo de medios de la derecha de América Latina, que tanto gusta de respaldar la idea de que los diarios que aglutinan pueden manejar la información a su antojo en nombre de la libertad de expresión y de prensa.
De forma tal, que estamos ante un personaje sui generis como es José David Guevara Muñoz, un hombre silencioso, que no logró sobrevivir en el Grupo Nación.
La habilidad para sobrevivir en el Grupo Nación llegó a su fin, aunque el periodista fue un “yes man” y comulgó a la perfección con los postulados de La Nación y El Financiero, donde manipular, extrapolar y a largar los hechos para contar sus verdades es una práctica común, cayó, cayó y punto.
Mientras todo ello sucede, José David Guevara Muñoz ha alimentado su vieja aspiración de ser escritor. Y cree que lo puede conseguir mediante la fórmula equívoca de escribir bonito, con lo cual se exhibe en cada columna como un periodista poco cultivado, con un pobre manejo del idioma y con una imaginación muy limitada.
Para que quede más que claro lo afirmado en este apartado, basta con “ojear”, porque leer es imposible, la columna del 9 de agosto de 2019, escrita en el espacio de opinión de El Financiero.
Ahí José David Guevara Muñoz hace, o intenta hacer, para que haya mayor precisión, una analogía de lo que representa la atleta Andrea Vargas, ganadora de una medalla de oro en los 100 metros con obstáculos en los Juegos Panamericanos de Lima, Perú, y un dirigente sindical:
“Ella salta sobre obstáculos. Él obstaculiza.
Ella sabe lo que es entrenar y competir en la calle. Él es diestro en bloquear carreteras y producir caos vial.
Ella une al país. Él divide a los ciudadanos.
Ella escoge sus retos. Él cree que todo es pulso.
Tanto ella como él tienen el mismo apellido: Vargas.
Ella conoce el significado de la palabra sacrificio. Él domina el sentido del vocablo privilegio”.
Hay que decir que el texto es más que evidente y desnuda al autor de pies a cabeza, y lo exhibe tanto, tanto, tanto, que incluso da pena ajena citarlo, porque la inteligencia cuando cae tan bajo, es muestra de que en este ser humano fracasó por completo la educación de un país, que tras la Segunda República aspiraba a elevar el nivel cultural e intelectual de sus ciudadanos, pero en el caso que nos ocupa, el desastre es total y demoledor.
José David Guevara Muñoz fue un viejo peón de La Nación, nunca cuestionó sus oscuros postulados, pero finalmente cayó, como ha sucedido con la mayoría de los que dejan pellejo y conciencia en los paredones de Llorente.