¡Raídas matráfulas y mucha, mucha mala fe!
Como lo esperaba, durante la campaña electoral de 2018, los periodistas del Grupo Nación que se referían a mí buscaban cualquier detalle y pretexto para atacarme como candidato a la presidencia.
Ese fue el caso de Manuel Avendaño Arce, de El Financiero, forúnculo del pasquín demoniaco, quien en una columna en la que se refería a mi candidatura, dejó claro que en verdad desconocía a profundidad mi trayectoria como abogado penalista y servidor público en el breve período 94-97, y ante tal charlatanería, lo que hizo fue dar vueltas sobre una serie de situaciones, en las que los periodistas solo fueron capaces de mirar en la superficie y nunca en la profundidad, como una mosquilla perdida sobre su presa.
Así, Manuel Avendaño Arce, me criticó por haber representado en 1993 a José María Figueres en el juicio que lo enfrentó a los hermanos Romero. De igual forma, me cuestionó el hecho de que, en un país con libre albedrío y libertad de expresión, consagrada en la Carta Magna, me haya manifestado en 2009 a favor del entonces candidato liberacionista Johnny Araya Monge.
En la citada columna, que llevaba por título: “Juan Diego Castro, de exministro de Figueres, a enemigo público del PLN”, Manuel Avendaño Arce dejaba al descubierto su desconocimiento político y exhibía su mal hacer, con lo cual, a su vez, perdía toda credibilidad en el asunto al que se refería.
El periodista -que a todas luces seguía los chiflidos fusileros los Jiménez y los González de La Nación, en el que a mí se me tachaba como un peligro para la democracia costarricense, visión sustentada en un cúmulo de prejuicios infundados, me reprochaba haber realizado la denuncia de la triste situación que vivió una de mis excompañeras de la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica, y el haber cuestionado al candidato del Partido Unidad Social Cristiana Rodolfo Piza hijo.
Manuel se hace eco de que me tildasen de populista, y en lugar de profundizar y reconocer que ese es un concepto “cajonero”, que no dice nada y que solo sustenta un discurso barato de los sectores más conservadores, sirvió de amplificador y terminó por tratarme de esa manera.
Como periodista de pocas luces, no se podía esperar un análisis profundo de los derroteros por los que discurría la campaña electoral de 2018, pero un comunicador responsable al menos se hubiera informado mejor para cumplir con el sagrado deber de respetar y orientar a sus lectores.
El periodista apostó a todo lo contrario, porque en la citada columna lo que hace es redundar en temas que eran de manejo de una prensa acostumbrada a realizar ese periodismo “supositivo”, del que he hablado y al que he denunciado y del que me he defendido de mil maneras, para proteger mi imagen personal y profesional.
“Durante su campaña, el abogado y masón, eligió los medios de comunicación donde iba a hablar y a aquellos a los que no atendería. EF (El Financiero) fue uno de los que no pudo entrevistar directamente a Castro pese a las múltiples solicitudes para que aceptara una conversación”.
Sin ninguna garantía de que yo iba a confrontar ideas con un periodismo verdaderamente profesional, que no fuera aliado de la causa de uno de los candidatos, como era el caso con Toño Álvarez Desanti, (rey de belleza en la Revista Perfil del 7 de diciembre de 1987) hubiera representado una estupidez aceptar una entrevista con El Financiero.
Cuando las reglas son oscuras. Cuando un medio como El Financiero tiene que seguir los pitazos del capitán fusilero al que pertenece y que durante tres décadas ha tratado de denigrarme de mil maneras, era ridículamente torpe lo que reclamaba el periodista.
En el párrafo referido, Avendaño Arce menciona mi condición de “masón” y lo hace con tan mala fe, que presenta la situación como si fuera negativa, o como si en algún momento dado el candidato hubiese renegado de ella. Ignorante y mañoso, ni sabe cuántos presidentes de Costa Rica y de los Estados Unidos de América han sido masones.
Ahhh, la vieja escuela de La Nación al desnudo: tomar un hecho, amplificarlo al máximo, hasta que termine confundido con una mentira enzarzada a la perfección para hacer daño.
Por lo tanto, la argumentación de Manuel Avendaño se presentaba en su momento como pobre y vacía, e incluso con el transcurrir del tiempo y el fiasco que ha significado el Partido Acción Ciudadana (PAC) y el presidente Carlos Alvarado, hoy se nota que la postura del periodista estaba totalmente errada.
Alineado con la prensa canalla que sirve a la casta codiciosa, y que se movía de acuerdo con los vientos que mejor soplaran a su favor, por encima del rigor ético y técnico, resulta hoy ridículo pensar que me iba a poner en manos de comunicadores con una línea editorial clara y contundente: al servicio de causas políticas que protegieran sus intereses y totalmente contrarias a lo que mi candidatura representaba.
En ese contexto, afirmar, de manera totalmente falsa, que yo había amenazado con cerrar La Nación, como lo reitera Manuel Avendaño Arce, era faltar a la verdad.
Mis palabras, en la noche del 15 de enero de 2018, fecha en que presenté una reedición, ampliada, de “Los embusteros de la mala fe”, dieron a entender que en un año La Nación impresa dejaría de circular, no porque yo la fuera a cerrar, sino porque el lector, ya cansado de recibir mentiras e informaciones manipuladas, optaría por alejarse del diario llorentino.
Pues bien, esas palabras fueron de nuevo manipuladas por Manuel, quien dio a entender en su columna algo que nunca dije. ¡Charlatanería en papel rosado!
Con ello reafirmaba un proceder que hoy parece evidente, pero que siempre es prudente enfatizarlo: el periodista en cuestión seguía una clara directriz de que todo lo que estuviera relacionado conmigo debía presentarse como una información extrema, con el único afán de afectar mis legítimas aspiraciones de alcanzar la presidencia de la República y de paso molerme moral y profesionalmente. ¡Fusileros!
Y en esa línea de hacer incluso mofa de mi candidatura, se sirve de un cuestionamiento que el representante de la Organización de Estados Americanos (OEA), el chileno Raúl Patricio Valdés, me hiciera, en el sentido de que si yo percibía como un “redentor” del pueblo de Costa Rica.
“El candidato del PIN lo interrumpió dos veces durante la pregunta para aclararle que él no es un “redentor”, pero el observador internacional lo sentenció con una frase tajante: “No interrumpa, yo soy quien hace las preguntas”.
Por la forma en que presenta la escena, lo que pretendía Manuel Avendaño Arce era hacer una caricatura mía ante el “gran magistrado chileno”, como si el observador internacional fuera un iluminado que trae toda su luz y su verdad a esta “atrasada” Costa Rica. Ahora sabemos lo que ha pasado en Chile y dónde está el genio observador.
Este pasaje es otra muestra inequívoca de que Manuel Avendaño Arce solo servía de eco a los intereses que buscaban, por todos los medios, restarme credibilidad y respaldo, dado que me perfilaba con una gran fuerza para acceder a la segunda ronda electoral en 2018.
Avendaño Arce fue, como se aprecia, un fusilero más desde el bando de la prensa canalla, cuyo sector cercano y vinculado directamente a La Nación, disparó sus fusiles litográficos contra mí con el gran objetivo de bloquearme la candidatura, para lo cual atropellaron todos los principios del equilibrio informativo y la deontología que ha de sostener al buen periodismo.
¡Fusileros, meros fusileros!